En mi mundo
ideal, sería decreto de ley echarle un manguerazo a las fachadas de las casas y
negocios al menos una vez al año y acto seguido pintarlas de diferentes
colores, adornando las ventanas con flores y guirnaldas.
Día1: Salimos
de Sevilla el lunes 28 de octubre a las 11 a.m. en el mismo avión de juguete
que nos llevó a Sevilla, damn.
Aterrizamos sin contratiempos en Lisboa, donde atrasamos nuestro reloj una hora
y tomamos un taxi fuera del aeropuerto que nos llevó al Hotel Fenix Lisboa
-súper bien ubicado, al lado de la Avenida Liberdade y en el lobby regalaban manzanas verdes, ¡yes !-. Nos dieron una habitación
linda, nos organizamos y pateamos la calle ipso
facto.
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Vista desde el Hotel Fenix Lisboa |
Tengo que
reconocer que vine a Lisboa sin averiguar nada previamente. No tenía ni idea
sobre los lugares turísticos, los spots históricos
ni cómo trasladarme. Ni siquiera sabía cómo se llamaba el hotel. Pero descubrí
que viajar así también tiene su encanto. Te permite perderte, imaginar,
llegar a sitios que quizá con un mapa hubieras evadido y además te libra de
pre-juicios sobre los "Must do".
Tú te vas creando tu camino y tu historia. Así conocí Lisboa.
Mi mamá había
venido por primera vez hace dos años con mi papá -justicia, yo repetí Holanda y
Sevilla, ya me tocaba conocer algo nuevo a mí-, por tanto ella estaba bastante
ubicada. Caminamos toda la Avenida Liberdade dirección al mar y recordé la
quinta avenida de Nueva York, llena de tiendas que despiertan deseos pero que
rechazan los bolsillos. Llegamos a la Praça Restauradores donde los edificios
comenzaron su labor seductora con mi Canon. La ciudad me parecía clara, y es
porque muchas de las calles y bulevares son de piedras blancas y reflejan el
sol. Estaba nublado pero no hacía nada de frío. Obrigado Pacheco.
- A esta
ciudad le hace falta como un manguerazo - repetía mi mamá mientras caminábamos.
Y no se equivocaba, de verdad que no le ponen cariño a las fachadas de los
edificios. La mayoría de las casas y negocios parecen sucias y decadentes, se
ve polvo en los vidrios y las que tienen azulejos dan la impresión de estar
abandonadas. Es una lástima, la ciudad es increíblemente pintoresca -me
atrevería a decir que la más llamativa de todo el viaje-, todas las casitas
están pintadas de diferentes colores, las ventanas varían en formas y diseño y
sólo comparten los techos de simétricas tejas rojas. La sentía nostálgica, como
a la espera de algo -¿del progreso?-. Pero como diría mi amiga Gress, "es
una decadencia que seduce".
Llegamos a la
Praça Rossio frente al teatro nacional, con una fuente muy linda y unas grecas
en piedra negra que adornaban todo el piso, continuando por toda la Rua Augusta
hasta la Praça de Comércio. Según mi mamá, esos mismos detalles en el piso se
encuentran en Copa Cabana, Río de Janeiro. Me pareció lindísimo y elegante. Le
dimos la vuelta para tomar el tranvía 28 que nos dejaría en lo alto de una
colina, en el Castello Sao Jorge. Me sentí en San Francisco montada en este
medio de transporte tan particular, apretadita por tantos turistas y
deleitándome con las casitas y su gente.
Nos bajamos en
la zona más alta que alcanza el tranvía y desde allí la vista es estelar. El
río Tejo (Tajo) se impone en todo el frente dando la sensación que lo que
observamos es el mar. Pensé en los grandes navegantes portugueses y su
majestuoso interés por gobernar las aguas y conquistar territorios. Y ¿cómo
no?, desde allí provoca ser dueño del mundo.
Caminamos
cuesta arriba para visitar el Castello -voy a llegar con las nalgas como una
carajita de 15 si seguimos paseando por estas subidas, decía mi mamá sonriendo-.
La fortaleza se levanta en lo alto de la zona de Castello, con dimensiones
notables y vista prodigiosa. Sirvió como castillo, luego como defensa y en el
terremoto de Lisboa de 1755 se destruyó por completo. El siglo pasado lo
restauraron y ahorita es una suerte de parque-mirador para contemplar el río y
la ciudad en perfecta simbiosis. Un lujo pararse en una de las torres, respirar
la brisa fluvial e imaginarse como harían las princesas con esos vestidos tan
pesados por bajar y subir esas escaleras tan intricadas. Mis respetos mes demoiselles.
Salimos de
allí rumbo a la catedral en el barrio de Alfama, pero antes nos detuvimos a
almorzar en un restaurante chiquito y acogedor. Estaba ubicado un poquito más abajo del primer mirador,
siguiendo la ruta del tranvía, a la derecha. Sin desperdicio. La catedral
nos sorprendió gratamente, con sus columnas de adornos abundantes
talladas en piedra y un altar majestuoso al fondo. Comenzamos el descenso sin
mapa y poca orientación buscando la Praça del Rossio para regresar al hotel, y
nos encontramos con callecitas llenas de vida nocturna, cafés y tienditas.
Decidimos caminar hasta la puerta de la Rua Augusta, por un boulevard repleto
de locales y turistas, donde de vez en cuando se escuchaban Fados -música
típica portuguesa-. Cruzamos el Arco de la Rua Agusta, entramos a la Praça de
Comercio, pero no tomamos fotos porque el flash estaba mimadito. Regresamos al
hotel por la misma ruta de ida: Praça Rossio, Praça Restauradores, Avenida
Libertade y yo calculé como 15 kilómetros recorridos. No valía ni un bolívar
-lo cual es igual a decir nada- así que nos acostamos temprano para aprovechar
nuestro último día.
Día 2: nos
levantamos a las 8 a.m. y después de enviar varios correos bajamos a desayunar.
Por 5 euros, quedamos gratamente sorprendidas. El cielo se había puesto lindo,
como todas las ciudades cuando se despiden de nosotras.
Mi mamá quería
llevarme a conocer Barrio Alto así que sin mapa seguimos las señales de la
calle. Para ir a cualquier sitio, tienes que subir el Sacre Coeur tres veces sin pasar por Go ni cobrar 200$. Admiro a esta gente, ya entiendo por qué dicen
que mis pantorrillas son de portuguesa.
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Camino a Barrio Alto |
Llegamos a una
zona hippie estilo el Soho de NY llena
de boutiques de diseñadores
independientes. El barrio se llamaba Principe Real. Desde allí otro mirador nos
regalaba la vista contraria al Castello Sao Jorge, mientras un guitarrista
versionaba "Imagine" en
portugués. Speechless. Bajamos
caminando por todo el barrio de Chiado y siguiendo la ruta del tranvía caímos
en la Praça de Comercio donde esta vez si nos pudimos tomar fotos. La plaza es
un espacio abierto enorme que me hizo recordar la Plaza Mayor de Madrid pero
sin uno de los lados. La brisa nos conducía al agua, donde nos sentamos en unas
piedras en silencio a contemplar el río. Un poco más adelante, a la izquierda,
el puente 25 de abril -muy parecido al Golden
Gate de San Francisco- une dos trozos de tierra atravesando el Tajo.
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Barrio Principe Real |
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Callecitas empinadas de Chiado |
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Praça de Commercio |
Caminamos
hasta donde me permitieron las ganas -estaba tan cansada que mi mamá decía que
el baby se había robado todo mi power- y tomamos un autobús hasta Belém.
Allí caminamos a través de un parque increíble donde la gente recibía el sol
con alegría. Me provocó intensamente ser la Ministra del nuevo invento de este
gobierno y dedicarme a construir y sembrar parques en toda Caracas; eso sí
sería suprema felicidad. Pasamos frente al Monasterio de los Jerónimos, una
estructura larga y rectangular de piedra maciza a la que también le hacía falta
un manguerazo. Entramos a la catedral, descansamos del sol y salimos a comer
los famosos pastelitos de Belén. Aquí está la panadería original -así como la
Cueva de Iria de los panes de jamón en Sebucán- y tuvimos que hacer cola para
entrar. Pero valió la pena la espera, son para chuparse los dedos. Imagínense
una natilla dulcita y caliente dentro de una capita de croissant crunchy. Mucho con demasiado. Me dê três por favor.
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Los ORIGINALES pastelitos de Belém, ñami ñami |
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Monasterio de Los Jeronimos
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Interior de la Catedral del Monasterio |
Caminamos
hasta el Monumento aos Descobrimentos,
una estructura colosal de piedra blanca que apunta al río. El cielo azul y el
color blanco hacían un contraste esplendoroso. Nos tomamos las respectivas
fotos y nos dirigimos hacia la torre de Belém, que honestamente se veía
más cerca de lo que realmente estaba. Ya yo estaba arrastrando los pies del
sueño y el cansancio, pero llegamos a los souvenirs,
regalito por aquí, regalito por allá y contemplamos sentadas en un muro la
torre. Ha sido un viaje maravilloso mami, te amo, gracias por todo.
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Monumento a los descubrimientos
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Torre de Belén |
Un taxista
simpatiquísimo nos llevó de regreso al hotel contándonos anécdotas de sus
pasajeros y hasta nos regaló su business
card para seguirlo en Facebook y recomendarlo a próximos turistas. Cristina
likes this. Eran las 4:00 p.m. y
estábamos tan cansadas que nos quedamos en la habitación respondiendo mensajes
y correos. Sentíamos que ya teníamos un recorrido importante por lo más lindo
de Lisboa. Esa noche cenamos comida típica cerca del hotel, atendidas por un
mesonero muy dulce y educado. Según mi mamá, en este viaje se reconcilió con los
portugueses, a quienes concebía como personas antipáticas y desinteresadas.
Nada más lejos de la verdad.
Ya sólo nos quedaba aceptar
el retorno a la tierra del caos y añorar un viaje así en un futuro no muy
lejano. Te amo mamá, gracias por acompañarme en esta travesía. Aterrizamos, Hello Disneyhell, comenzaron los aplausos.
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Nostalgia portuguesa con vista al Tejo |
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Mirador de Sao Pedro de Alcantara |
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Desde el mirador Sao Pedro de Alcantara |
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Calidad de vida a orillas del Tejo |
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Callecitas empinadas y el famoso tranvía |
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Trabajo honesto en la Rua Augusta |