lunes, 6 de octubre de 2014

CANAIMA: DONDE EL OCÉANO SE CONVIRTIÓ EN PARAÍSO

           En mi mundo ideal, se ofrecerían clases obligatorias e intensivas en todas las instituciones educativas del país sobre cómo debemos cuidar nuestra sabana. Una vez al año, se premiaría a los estudiantes más destacados de esta materia con un viaje a Canaima. En este viaje, estos alumnos trabajarían en proyectos de conservación y luego realizarían actividades para llevar el mensaje a los otros estudiantes, como voceros del cuidado y la conservación de nuestro medio ambiente . Quizá así abriéramos la conciencia de muchos venezolanos que no valoran nuestras maravillas naturales.


            Mi amado esposo, siempre tan complaciente, me preguntó hace un par de meses atrás a dónde me gustaría pasar unos días de honey moon después de nuestro matrimonio civil. Debido a que la unión eclesiástica es en Miami y no tenemos pensado hacer un viaje de luna de miel, me pareció cool hacerlo después del civil a un destino dentro del país y así aprovechar para despedirnos de Venezuela. ¡Y vaya que fue a lo grande! La #powerhoneymoon fue en Canaima.



Sábado 6 de septiembre: “El paraíso tiene que ser selva”

            El 6 de septiembre mi powerbaby me buscó a las 4:25 a.m. por mi casa y salimos vía al aeropuerto de Maiquetía. Después de hacer 1 hora de cola y reírnos con las ocurrencias de unos paisanos maracuchos que teníamos adelante, el vuelo de Conviasa salió puntual rumbo a Puerto Ordaz –por cierto, el avión estaba nuevecito-.

            Aterrizamos a las 9:00 a.m. y una guía muy simpática nos llevó hasta la puerta donde saldría el vuelo chárter a Canaima. Viajamos con 19 personas y volamos sin contratiempos –gracias a Dios, a uno se le pone el corazón chiquito cuando viajas en esos avioncitos que parecen de juguete-.  Desde el cielo, cuando se abren las nubes y se vislumbran los guardianes de la sábana –los majestuosos tepuyes- a uno se le corta la respiración de tanta emoción.


            La pista de aterrizaje de Canaima es pequeñita pero cumplidora. Tiene una especie de “caney” que hace las veces de sala de espera, venta de artesanías y retiro del equipaje. Desordenado y auténtico -como todo lo de este país- pero de alguna manera en medio del caos, entiendes lo que tienes que hacer y tu maleta llega contigo a tu destino. Me pregunto qué pensará un extranjero cuando pisa estas tierras, de seguro queda maravillado por la falta de orden.

Pista de aterrizaje en el pueblo de Canaima

            Una niña muy linda nos buscó por la pista y nos llevó hasta el transporte del campamento Ucaima, que era una especie de autobús abierto estilo safari. Me emocioné al verlo, recorrer la selva en un camión pero sentirla tan cerquita es un lujo. Manejaba Gaby, la hija de Rudy –fundador del campamento-. Era un palo e´mujer. Su padre era holandés y su madre austríaca, así que se podrán imaginar que la señora parecía de todo menos caribeña. Pero créanme, viviendo en esta selva y manteniendo este campamento, esa mujer es más venezolana que yo.









            Pasamos por varios campamentos y llegamos a la parte alta de la laguna de Canaima, donde tomamos una curiara vía Ucaima –es el único campamento que no queda alrededor de la laguna-. Nos recibió Ángel -18 años, hijo de pemones y guía del campamento-. En el caney principal nos regalaron unos collares artesanales para la protección y unos cócteles de bienvenida.

Curiara vía Ucaima


Techo del bar de Ucaima




            Ángel nos llevó a nuestra habitación y sentí que no había hotel 5 estrellas que pudiera imitar la vista desde mi ventana. El cuarto era sencillo, con su baño pequeño y sin aire acondicionado, pero no hacía falta más. El río Carrao se desplegaba en todo su esplendor y tres tepuyes al fondo completaban el paisaje: Venado, Zamuro y Cerbatana.







Nuestra habitación



Vista desde nuestra ventana

            Almorzamos pollito a la mostaza, arroz y vegetales asados. De postre, gelatina de uva con trocitos de melón. El agua, llamada por ellos "el agua de la juventud" era de un color particularmente amarillesco y daba la impresión de estar tomando vino blanco. Era limpia y filtrada, simplemente es el color natural del agua de Canaima. La comida era casera y sanita. Descansamos un par de horas mientras la lluvia alimentaba a la selva y a las 2:30 p.m., cuando el cielo dejó de llorar, nos encaminamos en curiara hasta la laguna de Canaima para hacer el paseo de los 3 saltos.

Comedor del campamento



            El paraíso tiene que ser selva, pensaba para mis adentros. Qué afortunados somos de poseer esta maravilla en nuestro país. Es lamentable que sea tan costoso venir, porque mucha gente pasa por esta vida sin conocer estas tierras, pero también entiendo que quizá ese sea el costo de mantenerlo tan límpido y cuidado. Es imposible no conmoverse y sentirse bendecido cuando se está aquí.


Laguna de Canaima







            Recorrimos en curiara la laguna de Canaima y pasamos por 4 caídas de agua Wadaima, Golondrina, Ucaima y el Hacha. En el último nos bajamos, nos pusimos nuestras medias –para no resbalarnos- y nos bañamos detrás de la cascada. Fue muy divertido, sobretodo cuando nos colocamos justo debajo de la caída y dejamos que la fuerza del agua masajeara nuestras espaldas. Vimos una golondrina y respiramos aire puro. Fue la gloria.









Salto El Hacha

Salto El Hacha

Desde adentro del Salto El Hacha





            Terminamos de cruzar la laguna y emprendimos 45 minutos de camino hacia el salto El Sapo. En esta ruta vimos a muchos asiáticos, muchos. Nos bañamos nuevamente bajo los potente chorros de agua helada, activamos la circulación y contemplamos la vista anonadados. Ángel se portó de maravilla, siempre pendiente de brindarnos la mano y explicándonos datos interesantes de su cultura.

Salto el Sapo

Desde arriba del Salto el Sapo
Salto El Sapo
























  


                 A las 6 de la tarde llegamos al campamento cuando la noche comenzaba a caer. Nos recibieron con café y té calienticos y galleticas María con mermelada. Too much. Nos bañamos, vimos un capítulo de Breaking Bad y cenamos asado con puré de papas y vegetales asados. Divino. Ángel se acercó a darnos las recomendaciones para la excursión del día siguiente, nos reportamos y a mimir. Mañana conoceríamos el Salto Ángel.

Domingo 7 de septiembre: “Mr. Angel, mis respetos”

            Nos despertamos felices con la mejor vista del mundo. Desayunamos panquequitas con huevitos revueltos, hicimos el bolso, ordenamos la habitación y salimos río arriba rumbo al Auyantepuy. Nos acompañaban en la curiara una pareja de hermanos morochos y una familia de cuatro miembros de los cuales dos eran niños pequeños. De guías contábamos con Ángel, su hermano menor José y dos pemones que piloteaban la nave.



Curiara por el Carrao, vía al Salto Ángel





            Después de media hora de navegación por el Carrao, nos detuvimos en una comunidad de nombre Mayupa, donde sólo viven tres familias y se dedican a la venta de artesanías. Esta es una parada obligada para ir al Auyantepuy ya que por esta zona hay rápidos –corrientes de agua rápidas con piedras- y no se permite el paso de curiaras con pasajeros. Fue muy conveniente porque compramos Gatorade y Samba en una tiendita para emprender la caminata.

Comunidad de Mayupa


Venta de artesanías, comunidad de Mayupa



            Mientras caminábamos para encontrarnos nuevamente con la curiara, los Tepuyes se erguían majestuosos en cualquier ángulo donde mirara. Definitivamente parecían unos guardianes. Mi interés acerca del nacimiento de estas formaciones seguía creciendo y mi lógica no llegaba a comprender cómo podían existir esas montañas de piedra tan grandes y tan perfectamente cuadradas.



            Entonces Ángel con una paciencia misericordiosa, y con el orgullo de haber nacido en ese lugar tan mágico, me explicó que hace millones de años toda la sabana era parte del océano. Con el paso de los siglos y la separación de la corteza terrestre, el suelo, que era roca, se fue sedimentando hasta crear las formaciones rocosas que hoy conocemos como tepuyes. Caminamos un poco más y me llevó a lo que él llama una “maqueta” de esta explicación. Y allí, viéndolo todo en miniatura, lo entendí y quedé fascinada. La naturaleza y sus cosas.

Erosiones rocosas que demuestran la formación de los tepuyes



            Regresamos a la curiara y un poco más adelante dejamos el río Carrao para navegar el Churún. Aquí atravesamos muchos rápidos y por momentos te sentías en una atracción de Disney; pero no, era la vida real, y los pemones son unos toros manejando estas embarcaciones. Yo estaba perpleja de cómo esquivaban las piedras y los troncos. Claro –le decía a Vic- es como nosotros manejando en la autopista Francisco Fajardo; de tanto que la recorremos, ya nos aprendemos los huecos de memoria y los esquivamos con los ojos cerrados. Bueno, algo así.








            Pasamos un par de horas navegando hacia el Auyantepuy con un sol radiante que nos puso los ojos chinitos. Hablábamos de la vida, pero sobretodo, de la hermosura de la naturaleza. El río era un espejo infinito, que reflejaba a los árboles con respeto y admiración. Vimos nidos enormes, piedras con formas extrañas –El Caimán, El Caballo Caído- y nos detuvimos alrededor de las dos de la tarde a comernos unos club house bien resueltos. Llegamos a Subway –declaró Ángel en una de sus ocurrencias- y me tomé dos Maltas, que tenía por lo menos 10 años sin tomar.





Parada estratégica en Subway :)

            Y se abrió el Auyantepuy, con una autoridad intimidante. Se abrió de repente y se quedó allí para siempre. Este tepuy es más grande que la isla de Margarita –declaró Ángel con propiedad-. A partir de ahora lo veremos siempre, desde diferentes ángulos. Vic y yo estábamos perplejos. Después de 1 hora más navegando volví a preguntar si esa formación rocosa enorme que teníamos al frente seguía siendo el Auyantepuy y los pemones me lo reafirmaron. Increíble.







            Después de casi 3 horas navegando –y haber cambiado 18 veces de posición para que mi pompis no pasara de ser redondo a cuadrado- vislumbramos la famosa caída de agua más alta del mundo, una de las 7 maravillas naturales. El salto Ángel -Kerepakupai Merú en lengua pemona- apareció en cámara lenta, dándome tiempo se sacar mi cámara y tomarle un chorro de fotos, como si estuviera acostumbrado a la adulación. Tú, tan inmenso e incansable, te robaste mi corazón.

El Salto Ángel




            Es realmente emocionante. Todo alrededor desaparece cuando lo contemplas en silencio. Agradeces a la Pachamama tener la oportunidad de estar allí y que esa maravilla sea tuya. El día nos bendijo con un sol siempre presente así que la pared del salto reflejaba un naranja con destellos dorados. Nada se asemeja a tenerlo tan cerquita y respirar su pureza.

Vista desde el comedor del campamento Ucaima

            El salto debe su nombre a Jimmie Angel, aviador norteamericano que corroboró la existencia y ubicación exacta de esta caída. En 1937 este señor se aventuró a aterrizar su avioneta en la cima del Auyantepuy, y aunque la hazaña no salió tan bien –no pudieron sacarla de allí y tuvieron que subir a rescatarlos- desde ese entonces llamaron al salto Angel, en honor a su “descubridor”. Mis respetos, Mr. Angel.

            Llegamos al campamento frente al salto, nos instalamos en nuestra cabañita –sencilla pero cumplidora, perfecta para la ocasión- y nos fuimos corriendo a bañarnos al río para aprovechar los últimos rayos de sol –sin sol no soy tan valiente, el agua es una cava llena de hielo-. Luego en nuestra habitación descansamos un rato y cenamos con los otros miembros de la tripulación pollo “embarazado”, lo que significa pollo en brasa (pollo-en-brasado). Dormimos con la barriguita llena y el corazón contento. Al día siguiente caminaríamos hasta el pozo del salto.









Habitaciones del campamento


Comedor del campamento


Disfrutando del río Churún



Lunes 8 de septiembre: “Sería una descortesía no bañarse en tus aguas”

            Ángel y José nos recibieron súper activos a las 6:30 a.m. con arepitas fritas y revoltillo sabrosito. Recogimos el cuarto y a las 7:30 de la mañana comenzamos la caminata hacia el mirador del salto. Este día sentimos mucha compenetración con la familia que nos acompañaba y durante la travesía conversamos y nos ayudamos. Los hermanos morochos habían subido al pozo el día anterior y ya se habían regresado al campamento del Carrao en curiara.

            La caminata al mirador puede hacerse un poco larga, pero como yo iba tomando fotos se me hizo divertida. Jugamos con unas lianas, echamos chistes y nos ejercitamos mucho. Subimos tres pendientes: el desmayo, el moribundo y el muerto. Ninguna para morirse pero requerían paso firme y respiraciones constantes. Me reía de imaginar quién habría inventado esos nombres.





















Comienzo de la subida del Desmayo



            Entonces el salto se nos presentó cerquita, desde una piedra gigante la cual llaman “el mirador”. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos lentamente mientras nos devoramos una Cocosette que traía Ángel –la gloria-. La vista parecía un cuadro, el Auyantepuy se lucía completico, ninguna nube tapaba su hegemonía. Ángel nos contó que éramos muy afortunados, el 70% de las veces el salto no se deja ver y los turistas se frustran mucho. That´s the power-magic baby.

El Salto Ángel en pleno
Desde el mirador del Salto Ángel






Con nuestro súper guía, Ángel








            Seguimos caminando pero vía el pozo, donde desemboca el agua que viene desde 979 metros de altura. Es tan alto que prácticamente cae un rocío, pero nosotros llegamos a un pozo un poquito más abajo, donde se hacía una cascadita con un poco más de potencia. Aunque el agua estaba como el #icebucketchallenge, hubiera sido una gran descortesía no bañarse, así que respiramos profundo y nos sumergimos en el agua, rejuveneciendo mínimo 10 años. Disfrutamos al máximo esa media horita que estuvimos en el pozo y regresamos cantando música llanera atravesando la selva hasta llegar nuevamente al campamento.

Pozo del Salto Ángel -dentro del agua muy muy fría-








            Almorzamos carne en vara con arroz y ensalada de papa y zanahoria. No nos dio tiempo de descansar ya que había que tomar la curiara de regreso al Ucaima y debíamos llegar con la luz del día. Así que nos despedimos de los pemones que atendían el campamento y pedimos los números para hacer la expedición de 14 días al Auyantepuy –pero en un año, algo así, se necesita muchísimo entrenamiento-.

            Después de 3 horas de clima perfecto, comenzó a llover y nos acurrucamos dentro de las chaquetas impermeables. Los rápidos se volvieron experiencias emocionantes y aterradoras, pero confiábamos que Franklin –el toro de la curiara, como yo lo denominé- nos sacaría de allí sanos y salvos. Así fue. En el campamento nos recibieron nuevamente con galleticas y té caliente, y después de terminar la última temporada de Breaking bad y cenar delicioso, nos acostamos a dormir agotados por la excursión.

Martes 10 de septiembre: ¿Qué se siente tener esta vista todos los días de tu vida?

            Nuestro último día de viaje, preguntamos en el campamento si había disponibilidad para una excursión a Kavak pero la avioneta estaba en mantenimiento así que nos quedamos con las ganas. Pero después de desayunarnos sendos huevos fritos con pan, emprendimos una travesía en bicicleta hacia una pozo de agua llamado Sakaika.

Excursión en bicicleta hasta Sakaika

            Me sentí de 5 años otra vez, cuando me enseñaron a montar bicicleta. Nunca he sido muy fanática de ellas, pero además hacerlo en tierra es difícil –les juro, no me excuso jaja-. Mi esposo parecía un niño de 8, montando como si nada con una mano en el manubrio y otra sosteniendo el pole de la Gopro. La buena noticia es que otra chama vino con nosotros a la excursión y era mucho peor que yo, así que yo salí airosa porque siempre iba en el medio.













            El sol nos desgastaba las energías pero la vista de los tepuyes nos fortalecía. Qué belleza. Además llevábamos como 3 semanas sin hacer ejercicios así que aprovechamos esta oportunidad para sentir que hacíamos algo saludable por nuestros cuerpos. Le pregunté a Ángel qué sentía al despertarse todos los días y tener a todos esos tepuyes en el horizonte. Me respondió con una sonrisa inocente, quizá para ellos sea como para nosotros ver el Ávila –es bonito, lo queremos, pero quizá no lo contemplamos con la importancia que merece-. Para mí era maravilloso, la emoción de lo que aún no se convierte en rutina.


            Llegamos al pocito bañados en sudor y nos lanzamos en sus aguas templadas y poco profundas. Gracias a Dios no estaba helada como otros pozos. Nuevamente nos rejuvenecimos debajo de la cascada y Ángel nos regaló un chocolate Carré que fue como saborear el cielo. Salimos del agua y los puri-puri hicieron fiesta con nuestras piernas, así que nos vestimos rayo veloz y comenzamos la travesía de regreso al campamento, pero ya éramos unos expertos en la bicicleta –de aquí al Tour de France-

Pozo Sakaika







            Después de un almuerzo compensatorio, salí por el campamento a tomar fotos mientras mi esposo hacía algunos intentos fallidos por pescar. La verdad no le fue mal, pescó como 7 sardinas –en el Carrao no se pescan peces muy grandes, anyways-. Luego Ángel nos confesó que se los cenaron fritos. Cayendo la noche cenamos pescadito blanco al horno con vinito. It was our last day in Paradise.








            Al día siguiente desayunamos, hicimos la maleta y nos despedimos de la sabana. Sentí este adiós con nostalgia, sabiendo que me iría del país y sin tener la certeza de regresar en el mediano plazo. Canaima es un sueño del que no provoca despertarse y debería ser ley escaparse a este paraíso al menos 1 vez al año para olvidarse de las locuras que ocurren afuera de la selva. Fuimos muy afortunados en poder conocerla y fue sin duda una #powerhoneymoon inolvidable.