lunes, 29 de septiembre de 2014

SÍ, LO TOMO



 En mi mundo ideal, los matrimonios civiles serían ceremonias íntimas. Primero los novios se declararían su amor frente a frente, elegirían a dos grandes amigos para ser sus testigos y se casarían en lugares mágicos, llenos de vibras bonitas. Mi matrimonio civil, fue el ideal.

           
            El 4 de septiembre del 2014 me despertó el abrazo de mi mamá: hoy se casa mi “Curi-luri”. Así me llama desde que le dije que me iba del país, quizá es una manera de sentirme aún su “chiquitica”. Percibí su amor sincero y una despedida silenciosa, como si con ese gesto me hubiera dicho tácitamente que ya era una mujer grande, que ya me quedaban pocos días viviendo bajo su techo.

            No crean que el día que van a cambiar de estatus civil se siente la diferencia. De hecho creo que es mejor de esta manera, sentirse “novios” es la mejor etapa, y hay que mantenerla así siempre. Pero sí hay una sensación de cambio, de crecimiento, de consumación de una fase quizá un poco menos formal. Es lindo, es diferente, es auténtico.

            Desayuné cereal con yogurt y un cambur –sufro de Síncope Vasovagal y cuando estoy ansiosa o vivo emociones extremas, me desmayo- para tener el potasio en su santo lugar. A las 10:00 a.m. salí corriendo a la peluquería en el centro comercial Macaracuay Plaza –Keylita me peina, maquilla y saca las cejas desde que yo era un cigoto-. Sabiendo que me iría del país la semana siguiente, me hizo “latonería y pintura” y me dejó de 15 –Keylita, en dólares no pienso pagarle a un peluquero así que echa tijera que no regreso hasta enero-.

         Del otro lado de Caracas, mis amigas por el grupo de Whatsapp me pedían selfies del maquillaje. Una de las madrinas de las boda, Paty Pats, no estaba en Caracas pero solicitaba actualizaciones constantes. La gente estaba feliz, yo estaba feliz. El día estaba bonito, la gente sonreía –bueno, quizá esto último eran ideas mías, pero yo veía al mundo feliz-.

            Cuando salí ya no tenía las cejas de Frida Kahlo y mi cabello ya no era una estopa. Nunca uso maquillaje, así que cuando me maquillan siempre me siento rara, pero resultó ser sencillo, acorde con la ocasión. Salí corriendo a mi casa porque mi futuro esposo me buscaría a las 12:30 p.m. pero me acordé que no había buscado el bouquet y me desvié velozmente.

            ¿Bouquet? Se preguntarán por qué utilizaría bouquet el día del matrimonio civil. Pues no es un “bouquet” convencional, no es de flores, es de cupcakes. La mamá de uno de mis mejores amigos, la Súper Leo, es una repostera excepcional y siempre me complace en mis caprichos –ella me diseño la torta en forma de maletas vintage de la fiesta de compromiso-. Como fotógrafa, sólo podía pensar en lo divertidas que podían ser las fotos con un bouquet comestible, así que me diseñó uno de Girasoles –amo el color amarillo- y me lo entregó con su cariño infinito como regalo de bodas.




El Picacho, nuestro primer testigo

            Vic y yo nos conocimos en Soho, Galipán. Hace poco más de un año y sin buscarlo, fuimos presentados por dos amigos cuyas intenciones eran encontrarnos pareja a los dos. Debo reconocer que no fue hasta la tercera o cuarta cita que empecé a sentir empatía –cuando mi esposo lea esto, lo negará por siempre jaja, pero es la verdad-.

            Uno está lleno de prejuicios estúpidos. La verdad es que el entorno social de Caracas es a veces muy superficial y en la búsqueda del “hombre ideal” a una le salen raíces porque es difícil encontrar un hombre que cumpla todas tus expectativas. Víctor me lleva 14 años y cuando lo conocí yo misma me puse la primera barrera: What? Este va a querer tener hijos mañana, ¡sape gato! Nada más lejos de la verdad.

            Víctor es el hombre más hermoso de corazón que he conocido en mi vida. Es un hombre bueno, bueno de verdad, honesto, súper trabajador, muy familiar, le encanta la aventura, hacer deportes y ama viajar –condición elemental-. Pero apartando todo esto, Víctor sabe lo que quiere en la vida, está claro de sus objetivos personales y profesionales y eso, eso precisamente, yo lo considero salvajemente sexy.

             En resumidas cuentas hicimos click. El amor puede ser todo lo racional que ustedes quieran, pero debe haber una química, un je ne sais quoi que te haga sentir espléndida. Víctor lo logró, like no one else, y no dudé ni un minuto en darle el “sí” cuando pidió mi mano porque yo me gané la lotería con este hombre e imagino un futuro maravilloso sólo con él.

            Entonces, Soho es nuestro lugar y desde allí decidimos consumar nuestra unión ante la ley del hombre. A mi mamá de casualidad no le dio un infarto porque ella soñaba con que su única hija hembra se casara en el comedor de su casa. Para mí esto era una tontería, ¿qué importancia puede tener casarse en la casa?. Yo le decía que todos los acontecimientos importantes de mi vida los había celebrado allí, que no quería que allí fuera mi boda. En fin, fueron varias semanas de negociación y finalmente acordamos que Víctor y yo firmaríamos el acta en Galipán –con la hermosa jefe civil y los testigos- y luego la celebración sería en mi casa. Ok, deal.

The prime time: Sí, lo tomo

            My powerbaby me buscó a la 1:00 p.m. y suspiró un wow cuando me vió. ¿Quién está niña tan linda? ¿tú te casas hoy?. Sí, me caso contigo y eso me tiene feliz. Vestía un maxi dress de una marca venezolana que se llama Etherea –bello, boho, libre-, una coronita de Camelia y un collar de pompones que me mandé a hacer para el vestido. Yo quería casarme de colores, como me gusta, no classic style, no white or beigh dress, no hair up.

            Era jueves, no esperábamos tráfico. Habíamos quedado con las fotógrafas en buscarlas a la 1:00 p.m. por el Hotel Altamira Village pero la ciudad nos hizo una mala jugada. Llegamos 45 minutos más tarde de lo acordado corriendo para comenzar a subir Galipán. Ya los camarógrafos nos esperaban en el puesto de guarda parques.

            Soy fotógrafa. Obviamente después de mi amado esposo, para mí lo más importante son las fotos. Después de toda la organización, el trajín de ese día y lo rápido que pasa, lo único que queda, son las fotos. Así que contraté a dos chicas súper talentosas –Bonshot- a quienes además conozco de la universidad y que tienen un ojo muy particular para las fotos documentales. No lo pensé dos veces y las contacté. Les mandé algunas referencias de lo que me gustaba y llevé mi bouquet de cupcakes para tomar las mejores fotos. Y sinceramente, quedaron preciosas.



            Comenzamos a subir Galipán a las 2:00 p.m. y fuimos haciendo paradas para tomar las fotos. El día estuvo estupendo, ni muy soleado ni muy nublado. La luz nos ayudó muchísimo. La vibra estuvo súper, las fotos muy originales. Los chicos del video trabajaron en perfecta sincronía con Bonshot. Fue una tarde increíble.













            Llegamos a Soho casi a las 4:00 p.m. Allí nos esperaban los mejores amigos, “los bonis”, quienes nos presentaron y nuestros testigos, y mi hermana y mejor amiga, Luci, quien desde hace casi 2 años trabaja para la Alcaldía de Sucre y tiene potestad para casar. Qué emoción tenerlos a todos allí. Nos tomamos algunas fotos, el Picacho se abrió para nosotros y pasamos al jardín donde Mery, la dueña del restaurante, había preparado una mesa para nosotros.


Powerbabies con Los Bonis

Powerbabies con la próxima presidente :) Luci, my BFF



Lindos testigos, Eli y Agus


            Luci abrió el acto con unas palabras hermosas, ella es lo más especial del mundo. Acto seguido habló Elisa sobre lo feliz que estaba de que nos casáramos, luego Agustín también nos expresó su alegría. Vic y yo, tomados de la mano, vivíamos más compenetrados que nunca ese momento tan mágico. Las fotógrafas capturaban todos nuestros gestos, los chicos del video también estaban súper fajados.






            Sr. Cristo José… digo, perdón, Víctor José. Todos nos moríamos a carcajadas. ¿Acepta usted por esposa a la ciudadana Cristina Eugenia Yépez Faría? Sí, acepto. Srta. Cristina Eugenia Yépez Faría, ¿acepta usted por esposo al ciudadano Víctor José Badell Navarrete? Siiiiiiiiiii, acepto. Con la autoridad que me concede la ley, los declaro unidos en matrimonio civil. El cielo se puso más azul, el día más soleado, las sonrisas no nos cabían en los rostros. Ven acá para darte un beso Víctor Badell, el primero de muchos como esposos.







            Mi esposo había subido unas Champagnes unos días previos al gran día así que los chicos de Soho llegaron con unas copitas heladas para brindar por la unión. Estuvimos como media hora brindando, hablando, tomándonos fotos y siendo felices. Me pareció estupendo que la ceremonia fuera tan pequeña y privada. Todo lo vives al mil porciento, el único sonido era la naturaleza y nuestro primer testigo, el Picacho.







Rumbo a la celebración
           
            Bajamos de Galipán alrededor de las 5:00 p.m. y llegamos a mi casa a las 6:00 p.m. Mi mamá había invitado a las 7:00 p.m. pero algunos invitados comenzaron a llegar antes pensando que la lectura del acta se haría puntual –el acuerdo, además de hacer el brindis en la casa, era volver a leer el acta-.

            La energía era lindísima, la familia estaba contenta. Mi papá, que tiene las mismas 3 corbatas desde el 87, hasta se compró un Flux nuevo y se puso una corbata que Vic y yo le regalamos –aunque sabemos que no le gustó para nada-. Mi mamá estaba realizada, su sueño se había cumplido: que me casara con un hombre bueno, trabajador y familiar.




            La verdad esta celebración la organizó enterita mi mamá. Yo con el trabajón que tenía en Fotomov y los preparativos para emigrar del país, decidí ocuparme del matrimonio eclesiástico en Miami y dejarle a ella el de Caracas. Como toda una ejecutiva, contrató el catering, los dulces, algunas sillas y mesas adicionales y se encargó de invitar a la gente. Es lo más eficiente del mundo, me encanta.





            A las 8:30 p.m. nos casamos por tercera vez –el matrimonio en Perú ante la Pachamama fue nuestra primera unión-. Luci leyó el acta, “los bonis” repitieron algunas palabras y esta vez los #powerbabies dijimos nuestros votos –ups, no teníamos nada preparado, pero creo que fue más lindo haberlos dicho de improvisto, desde el corazón-. Mis papás atrás de nosotros soltaron algunas lágrimas de alegría. Mamama –mi abuelita- y mamá Elda –abuelita de Vic- estaban contentas. Luci los invitó a todos a firmar el acto como testigos.










            Estuvimos hasta las 2:00 a.m. celebrando. Mis amigas más cercanas nos acompañaron, así como la familia más íntima –no quisimos hacer una fiesta grande porque la boda de Miami ya se va a llevar muchos gastos-, fue una reunión de 50 personas. Después de que se fueron todos los invitados, finalmente mi papá le dijo a Víctor que podía llamarlo “Moncho”, dejando atrás el formal “Sr. Ramón”. Bravo.

            Aunque ya estábamos casados, aún no viviríamos juntos. Nos despedimos con un abrazo de quienes se aman. Al día siguiente prepararíamos el equipaje para viajar a Canaima, donde disfrutaríamos de nuestra #powerhoneymoon. Más de esta aventura en un próximo post :)




            

viernes, 19 de septiembre de 2014

ME BOTARON DE MI PROPIO PAÍS




De repente me di la vuelta y ya no compartía mis valores con casi ningún venezolano. Las oportunidades de crecimiento disminuyeron notablemente y conseguir mis objetivos se convirtió en un asunto de "contactos" más que de mérito propio. Mi lindo país pasó de ser una tierra de inmigrantes, a una nación de emigrantes. Yo soy una de ellos.
Hace poco menos de 6 meses, entendí que no me sentía feliz en mi país. Estaba inconforme con muchos asuntos y había caído en la peligrosa situación de acostumbrarme a vivir en un lugar enfermo. He tenido la suerte de estudiar, - mucho, por cierto-, viajar y conocer, y al comparar mi Venezuela con otros países, comprendí que la realidad que vivimos es una injusta pesadilla que no parece tener final a corto plazo.
Antes de sentarme a escribir este artículo, analicé durante varios meses las razones que me impulsaron a emigrar. Quizá este sea un manifiesto, una auto-justificación de mis propios motivos o tal vez el grito de una joven emprendedora que quiere que el mundo conozca la triste realidad que vivimos esta pobre generación de fugitivos. Sea cual fuese el objetivo final de este escrito, mi intención no es juzgar a los que se quedan. Escribo con el corazón abierto y lágrimas en los ojos porque yo decidí irme, porque soy venezolana  y todo lo que soy y tengo, se lo debo a mi país.
Todo comenzó cuando entendí que las oportunidades no son sinónimo de hacer dinero. Los que me conocen saben que trabajo desde la universidad. Soy comunicadora social y fotógrafa y desde hace 5 años dirijo mi propio negocio de fotografía, Fotomov. Al principio no fue fácil, como para todo aquel que decide arriesgarse y tener su propia empresa, pero poco a poco, con mucho esfuerzo, fui creando mi cartera de clientes y me enorgullece mucho saber y decir que logré trabajar con más de 2.000 familias, fotografiando eventos culturales de danza, música y deporte. Fotomov en Venezuela tiene “oportunidades”, me va bien, el negocio es rentable. Pero para mí, esto ya no es suficiente.
En mi opinión, un país generador de oportunidades no sólo te ofrece clientes y dinero. La oportunidad es un ciclo que prosigue con justamente lo que puedes conseguir después de obtener la rentabilidad de tu negocio. Ganar 20.000 Bs. mensuales puede parecer un “sueldazo”, teniendo en cuenta que este monto cuadriplica el salario mínimo. Pero, ¿tenemos oportunidad de ahorrar? ¿es posible adquirir una vivienda propia? ¿podemos invertir nuestro dinero en inmuebles seguros? La realidad es que los jóvenes de esta generación que trabajamos dignamente -dígase sin chanchullos, guisos, vendiendo dólares o enchufados con algún negocio gubernamental- no lo podemos lograr.
"Hacer dinero" se convirtió en un término casi incomprensible para mí. No entiendo qué importancia puede tener ver tus cuentas repletas de bolívares cuando en la puerta de tu casa te pueden asesinar. ¿Es que acaso todo ese dinero puede hacer que se respete el primer derecho humano, el derecho a la vida? ¿el dinero me hace invisible ante aquel a quien no le interesa mi existencia? Aquí expongo mi primera razón al decidir emigrar.
“Chama, por lo menos estás viva”: La inseguridad social
      Estamos tan, pero tan, mal que escuchar la noticia de una nueva víctima de la inseguridad, se recibe tomando el primer café de la mañana. El asombro aparece justamente cuando no hay muertos y la palabra "justicia" está tan olvidada que ya ni siquiera se menciona. La situación es grave, el país está enfermo y los venezolanos nos estamos enfermando.
Las consecuencias de la inseguridad son múltiples, empezando por que las calles son lugares "prohibidos" después de caer el sol. Entregamos nuestros espacios públicos, sacrificamos nuestras reuniones sociales y ya no se le brinda ayuda al prójimo desconocido. En Venezuela no manejas de noche el vehículo que con esfuerzo y trabajo adquiriste, sino el que sea “invisible” para los malandros y mientras más oscuros sean los vidrios, mejor.
Los venezolanos nos hemos replanteado las vías para ir al trabajo y regresar a la casa, nos hemos comprado celulares más económicos para entregarlos si somos víctimas de un atraco  -para los extranjeros: en nuestro país, un iphone vale más que tu vida-, tenemos planes de seguridad con familiares y amigos, hemos invertido una fortuna en vidrios ahumados y trackers GPS y, en el peor de los casos, ya hay personas armadas dispuestas a defenderse. Pana, ¿no es horrible? ¿esto no es como estar en guerra?
Al venezolano de a pie también le toca duro. Igualmente le arrebatan sus pertenencias, los asaltan en los transportes públicos, caminando. A veces entrar o salir de sus casas depende de la situación de la calle. También se han acostumbrado a negociar lo innegociable. Y cuando rogar por tu vida se vuelve una rutina -porque aquí no vale decir "gracias a Dios a mi no me ha tocado"- es hora de replantearse el futuro en este país.
          Yo me cansé. Me obstiné de salir a la calle de noche asustada. De dejar de ver a mis amigos porque las zonas donde viven son peligrosas. De quedarme ciega manejando de noche porque los vidrios de mi carro son negros para que nadie me vea. De salir a trabajar con mis equipos fotográficos asustada, poniendo en riesgo mi seguridad y el esfuerzo de muchos años de trabajo -porque mis colegas fotógrafos saben que lo que se cobra en una pauta no paga todo lo que llevas para cubrirla-. Me harté de tener 25 ojos. De  rezar para no caer en ningún hueco para no tener que pedir ayuda a desconocidos para que me cambien un caucho. De no dormir hasta que mi hermano llegue a casa después de una fiesta. Me cansé de ya no confiar en nadie, ni siquiera en los policías -esta es la peor-.
      Aquí les dejo, en muy resumidas cuentas, mi primera reflexión acerca de las oportunidades. Si Venezuela es el país donde más se hace "dinero", ¿puede todo ese dinero devolverte la vida de un ser querido, arrebatada por un malandro indolente? Creo que la respuesta está más que clara. Al emigrar, al menos evito que la próxima caída, sea yo.
“Dame algo pal café y yo te ayudo pues”: la vagabundería y el oportunismo
           De todas las cosas que me molestan de este país, creo que la que más me enfurece es el oportunismo. Con tristeza me di cuenta que se ha perdido el valor del trabajo, la honestidad de hacer las cosas bien sin esperar nada a cambio. En Venezuela hemos invadido a los empleados de "chocolaticos" y de "algo pal fresco" para que hagan el trabajo que les corresponde y por el que ya reciben un sueldo.
            Ir a un organismo público y adelantar cualquier trámite es una verdadera pesadilla. La figura del gestor se ha multiplicado, así como el costo de las diligencias que en un país "normal" sólo tomarían un par de horas de tu tiempo. Lo que antes era un derecho, ahora es un "beneficio" a los que pocos privilegiados tienen acceso, si cuentan con dinero o un "contactico" por ahí. Los pobres mortales que no tenemos un "amiguito" adentro y no queremos ser vilmente ultrajados por un gestor, estamos verdaderamente jodidos -y me disculpan el léxico-.
            Una vez más nos hemos acostumbrado a pagar por un servicio que merecemos recibir. Esperar 7 meses por tu pasaporte o pagar 20.000 Bs. Para que te lo entreguen en una semana -el deber ser- es una muestra suave de esta situación. Tener que llevarle kilos de chocolate a la amargada del SAPI para que te explique con cautela cuales son los requisitos, cuando lo que provoca es estamparle una cachetada por maleducada y grosera, es el día a día de un país donde la gente sólo trabaja y te trata con respeto si tienes algo "material" para ellos.
            De entregar una propina de cortesía hemos pasado a pagar montos estrepitosos por servicios que además ni siquiera requerimos.  Como ejemplo, el señor que te “cuida” el carro en la calle, que te cobra 150 Bs. sutilmente y si no se los das, puedes encontrar tu carro rayado o el vidrio roto -esto me indigna infinitamente-. Resignado a la injusticia de la calle, pagas el alto costo de salir a divertirte un rato -porque ni voy a mencionar los altos precios de comer y beber en la calle-, y al finalizar la velada, nuestro hermano se esfumó con los 150 bs. y la seguridad de tu vehículo brillando por su ausencia. Todos los días me pregunto ¿hasta cuando? ¿por qué nos hemos convertido en un pueblo tan irrespetuoso?
            No voy a entrar en detalles en la famosa Ley del trabajo, pero si estuviera en mis manos, su nombre fuera "Ley de la sirvenguenzura y el abuso laboral". Como emprendedora, sé lo duro que es levantar un negocio y más en un país donde das 1 paso hacia adelante y 2 hacia atrás mientras intentas superar una carrera de obstáculos. Entonces resulta que contratas a alguien dignamente para que con su trabajo honesto cumpla con ciertos objetivos que harán crecer tu negocio -y por ende a ella como profesional-, y si te renuncia o debes despedirla, de casualidad no le entregas tu riñón. Claramente,  todo empleado que lea esto estará en desacuerdo conmigo, porque por supuesto, es muy chévere pasar 3 meses en un empleo y saber que si te vas, vas a recibir lo mismo o más de 3 salarios, o saber que puedes introducir cuantos reposos quieras porque no te pueden descontar el día, entre otras cosas. Esta ley lo que ha permitido es la proliferación de vagabundos que no respetan el esfuerzo que implica sacar una empresa adelante en este país. Les juro que este tema me enferma.
            Lidiar con estos temas también me decepcionaba día a día. Y comencé a entender que Venezuela no es sólo el país hermoso de bellos paisajes y clima excepcional. Comprendí que el país lo hace su gente y que los venezolanos se han vuelto tan vivos, que esto no se va a acabar con un cambio de gobierno. Hace falta una limpieza educativa profunda para rescatar los valores esenciales de la honestidad y el trabajo.
“Sólo 2 por persona”: desabastecimiento
            
No soy madre todavía, pero puedo imaginar la desesperación de una que no encuentra leche para sus hijos. Tampoco soy yo la que hacía las compras de comida en mi casa, pero veía a mi mamá llegando cansada después de trabajar con las bolsas incompletas después de pararse en 3 auto mercados. Lo que sí puedo afirmar, es que si me provocaba hacer un pie de limón para el cumpleaños de mi hermano debía buscar la leche condensada por media ciudad, y si la encontraba, pagarla por encima de su valor. ¿Divertido no?
            En el último cumpleaños de mi papá, mi tía le llevó de regalo 2 paquetes de harina pan y fueron agradecidas con una euforia sólo comparable con el recibimiento de una herencia en dólares. Una gran amiga que se casaba en mayo, le pidió a sus invitados de regalo anticipado bolsas de azúcar y leche condensada para poder ofrecerles dulcitos en la fiesta ya que la proveedora le anunció su imposibilidad de conseguir dichos ingredientes. Cuando mi mamá consigue leche descremada, le damos gracias a Dios por ser tan afortunados y por muy poco racionamos la medida diaria. ¿Esto es lógico? Por amor de Dios, somos un país rico.
        Aparte de dar vueltas y más vueltas por supermercados y abastos, que tiene una consecuencia directa con tu rendimiento y productividad -tiempo en el que dejas de trabajar, hacer ejercicio o compartir con tu familia, entre otros-, nos hemos mal-acostumbrado a hacer largas colas, a que nos indiquen la cantidad que podemos llevar y a recibir como respuesta un "no hay" a la gran mayoría de los productos de ingesta básicos. Es insólito, denigrante e injusto. Trabajar y hacer dinero no vale nada, hasta los millonarios van al mercado y se enfrentan a la misma realidad -quizá con la pequeñita diferencia que pueden comprar los productos por 4 o 5 veces su valor-.
            Mi gran amiga Lucia -futura Alcalde, por cierto- me dijo una vez algo que siempre recuerdo con acierto: los controles o regulaciones SIEMPRE generan corrupción. Y ¿quién podría negarlo? Hacer colas en este país es un negocio rentable. Hay gente a quien le pagas por hacer la cola, o pagas para pasar de primero, o pagas para que te avisen cuando llegue la leche. Pagas, pagas y pagas. Y ¿qué hay de los que trabajamos dignamente todo el día y no tenemos tiempo para recorrer 7 auto mercados o hacer 2 horas de cola? ¿o de los que quizá tengan el tiempo pero no quieren pagar por algo que es su derecho? Pues este grupo somos los pendejos que vivimos indignados por tanta injusticia y cuyas voces no son escuchadas... a menos que paguemos. Lindo país.
            La semana pasada, conversando con una amiga sobre mi partida, le comenté que aún no caía en cuenta que me iba del país, dicho en criollo, que todavía no me caía la locha. Tranquila chama -me contestó contenta- asumirás mejor la emigración cuando entres en un auto mercado y encuentres papel toilette. Qué vergüenza, hasta de eso carecemos. No hay derecho. Yo le echo demasiada bola para ir al fucking supermercado y conseguir lo que me da la gana, no lo que los ineptos de este gobierno permiten importar. Punto. 
Y mientras se lima las uñas, tus preguntas quedan sin respuesta: el mal servicio

            
En Venezuela se perdió la calidad del servicio. No existe el respeto al consumidor en la gran mayoría de los locales comerciales o empresas proveedoras de servicio. No estoy clara si es por falta de una buena gerencia que entrene al personal sobre el buen trato al cliente, o si hay una conciencia tácita de que como hay tan pocos productos y servicios para ofrecer actualmente y tanto dinero represado, ofrecer un buen servicio no hace precisamente la diferencia en el aumento de las ventas. Mejor dicho, creo que es por la segunda razón.

            
Una gran amiga de la universidad, Coquito, me enseñó sin saberlo a entrarle a la gente sonriendo siempre. Saludar de esta manera, me ha permitido soportar muchas situaciones los últimos 5 años. Sinceramente, el trato del que la recibe cambia considerablemente. Pero lamentablemente, la sonrisa no siempre cura la desidia de la persona que está detrás del mostrador -y a esto súmenle que a este individuo le importa poco si lo despiden porque el beneficio por dejar de trabajar es alto, anyways-. Pero señores, yo no trato mal a nadie, no pago mi mal humor con ningún ser humano y tampoco descargo mis frustraciones con desconocidos. Entonces yo no tengo por qué soportar un mal trato cuando para llegar allí trabajé un montón, probablemente hice cola para entrar y salí asustada por miedo a que me robaran lo que adquirí de manos de una amargada

            Estamos tan podridos culturalmente, que es un asombro encontrarse a alguien que te brinde un buen servicio, y de encontrarlo a uno le provoca empeñar el carro para dejarle una buena propina cuando en verdad debería ser el trato normal. En otros países, el mal trato a un cliente es motivo de demanda. En Venezuela, el buen trato es motivo de celebración.
        Y reitero, sería muy injusto de mi parte generalizar. Estoy segura que existen venezolanos que se educaron en buenas costumbres y están tan indignados como yo por el mal servicio percibido de unos años para acá. Pero como les digo, los países enfermos también enferman a su gente, y la persona obstinada que te trata mal, aunque no se justifican sus actos, también está frustrada por la inseguridad, el poco valor de su salario y las colas que debe hacer para NO conseguir todo lo que necesita. Es una realidad tristemente viciosa.
“¿Te otorgaron Sicad? Vamos a abrir una botella... ¡salud!”
: El control cambiario
         No existen líneas suficientes para escribir la desgracia que implica el control cambiario. Tampoco soy economista y vengo a dar cifras sobres las ventajas y desventajas del sistema porque poco interesan. Desde mi perspectiva, es una soberana basura que te digan cuánto puedes gastar en moneda extranjera, cuando además la compra de esas divisas es con tu dinero, con el fruto de tu trabajo. Si me las regalaras, bien, pero en este país solo se le hacen regalos a países vecinos.
            Vivimos una triste realidad, a la que nuevamente nos hemos mal-acostumbrado, donde recibir tu propio dinero pero en otra moneda es motivo de celebración. Después de las peripecias que hacemos para hacer la solicitud, gastar tu valioso tiempo armando carpetas, yendo al banco, devolviéndote porque la cédula debe ir en la página completa y no en la mitad, o porque la carpeta debe ser oficio y no carta, entre otras incoherencias, llegas al exterior y sudas frío hasta que el punto de venta decreta el "aprobado". Qué tristeza.
            Si sufres de un asalto fuera de tu país, más duele perder la tarjeta de Cadivi que el mismo pasaporte. Vas viajando con una libretica anotando tus gastos porque si te pasas 1 dólar del cupo, es un sacrilegio. Vivimos angustiados por el dinero en un viaje que debería ser de descanso y placer, y además nuestros soberanos gobernantes nos limitan la cantidad dependiendo del destino. Perdónenme, pero acostumbrarse a esto es una mierda.
            Y ni hablar del derecho que tenemos todos los venezolanos a estudiar y formarnos afuera. Lo siento, si tu carrera no contribuye con los intereses de la nación, no podemos ayudarte. ¿Ayudarme?, ¿acaso tu me estás regalando los estudios? Tus intereses no tienen por qué ser  iguales a los míos y allí radica mi libertad. Lamento que la prioridad de mi país sea invertirle miles de dólares al inepto de Pastor Maldonado que no gana ni una carrera o enviar a centenares de chinos al hotel Venetur en Canaima. Para eso si hay dólares ¿no?. Mi indignación no encuentra límites.

            El tema de los boletos aéreos es una pesadilla tan real, que siento que al montarme en el avión desde donde escribo estas líneas, se están cerrando todas las puertas que quedaron detrás. Independientemente de cual sea la razón verídica de la reducción de vuelos de las aerolíneas -o el cierre de las mismas- es frustrante sentir que quizás la única ventana que tienes hacia el mundo, de visitar a tus seres queridos o simplemente viajar por placer, te la están quitando bruscamente. Pero de esto, también nos estamos acostumbrando.
“Mami, ¿skype?”: Las familias virtuales.
            Me casé por el civil hace dos semanas, y en la mesa donde firmamos el acta habían más pantallas de celulares y laptops que personas presentes. ¿No se les arruga el corazón? Somos una generación de emigrantes.
           Crecí en una familia muy grande. Los intercambios de regalos en diciembre eran multitudinarios. Me veía con mis primos a menudo. Éramos una familia unida, físicamente unida. Ahora, de 14 primos quedan 5 en el país. Las distancias no han debilitado los vínculos pero la realidad es que uno se separa. Las vidas toman rumbos distintos, acordes al país donde se desarrollan, y los acontecimientos familiares son casi unas video-conferencias de poco tiempo y mala señal. La terrible situación del país ha separado familias y ahora hasta nos arrebata la posibilidad de encuentros cercanos. Nuevamente, estos tiempos son una basura.
            Veo todos los sábados crecer a mi sobrina por Skype. Me pregunto que pensará ella al ver a su tía por una pantalla. ¿Pensará que soy un robot?¿una comiquita? Somos una generación de familias virtuales y aunque desconozco las consecuencias que esto pueda traer a nivel de crianza en los niños, no dejo de pensar lo difícil que puede ser educarte sin el afecto cercano de tus tíos o abuelos, en países culturalmente diferentes y en muchos casos hasta en otro idioma. No digo que sea horrible o traumático, pero sin duda es una difícil realidad que nos toca vivir a los que buscamos un país donde exista el respeto.
Venezuela, el país de las despedidas


        Yo siento que a mí me botaron de mi país. A mí me gritaron "Aquí no hay oportunidades para ti" -entendiendo que las oportunidades no se basan en tener clientes y hacer dinero únicamente-. Mis papás permanecen en una nación que no les ofrece seguridad para su vejez y sus ahorros se disuelven en visitas efímeras a diferentes ciudades a donde escapamos sus hijos. 


               Cuando estaba en la universidad, durante tres años dirigí la organización de ayuda social "Entre Todos". Hicimos muchísimas obras de beneficencia, subimos muchísimo a Petare -uno de los barrios más peligroso del país- y fueron unos años muy enriquecedores socialmente hablando. Sin embargo, llegué al punto donde entendí que hay fuerzas superiores a uno y hay decisiones que no dependen de mí. Hay situaciones que mi altruismo no puede cambiar.

            Yo me cansé de no poder confiar en mis hermanos venezolanos, de estar predispuesta a recibir siempre un acto de viveza o desidia. De paralizarme cuando siento la presencia de un motorizado al lado y limitarme a salir de noche siempre acompañada de un hombre -o simplemente no salir-. Me obstiné de mendigar dólares para viajar o comprar artículos que NO consigo en mi país, de ir a Cadivi 29 veces porque el sistema "oportunamente" nunca funciona bien. Ya no aguanto el mal trato de la gente, la violencia y la predisposición. Me rehúso a hacer horas de cola para que me digan en caja cuánto puedo comprar o tener que presenciar episodios violentos entre 2 mujeres por un frasco de acetona.

            No aguanto el vagabundismo de la gente, el abuso de los autobuseros -no todos, quedan algunos decentes-, el sobreprecio de los productos, que mi salario valga cada día menos, el miedo con el que vivo, la desidia de los empleados, los huecos en las calles de un país petrolero, las ofensas de nuestros gobernantes a diario por no pensar como ellos, la oposición egoísta e individualista ávida de robar, los boli-chicos y sus trampas, los cadiveros, las muertes cada minuto, la corrupción desbordada, el irrespeto entre nosotros mismos, la basura en las calles, la ausencia de productos básicos... esta lista podría continuar.
            Habrá quienes piensen que este escrito es absolutamente negativo y que soy una nube negra. A Dios doy gracias que aún se me permite escribir lo que pienso. Así como el país está bien mal, aún luchan por sobrevivir las cosas buenas. Yo aplaudo a todo el que se queda a asumir este barranco, que aman al país y quieren trabajar por su recuperación. VALIENTES.  Igualmente sería injusto negar la posibilidad de volver porque la vida da muchas vueltas y si me toca regresar, lo haría con entereza. Pero también pienso que todos somos "patriotas" hasta que nos sale una buena oportunidad afuera, y que lance la primera piedra quien no esté de acuerdo conmigo.
            Yo me envenené con tanta basura y salí despavorida. Mis hermanos emigrantes quizá tengan un sentimiento similar. No niego que extrañaré muchas  cosas, sobre todo el afecto de mis seres queridos que dejo allá. Pero entendí que Venezuela es un territorio nada más, pero que la nación es la gente. Y yo perdí la afinidad con muchos compatriotas.

            La vida es una sola y pasa muy rápido. Me tocó nacer en un territorio pero la vida también me enseñó que puedo ser ciudadana del mundo. El cariño a la patria se lleva por dentro y eso no lo perderé jamás. Me seguiré preocupando por quienes se quedan y haré lo que esté en mis manos para colaborar con la salida de estos animales que tenemos como gobernantes. Ahora, en mi vida de emigrante entiendo que las oportunidades –las de verdad- las consiguen quienes con trabajo y actitud positiva abren las puertas que les cerraron en su país.


            Venezuela, es hora de decir hasta luego. Gracias por lo bueno: mi educación excepcional, la gente bonita, los atardeceres maravillosos, el calor de tu gente, tus colores y sabores, mis amigos y mi familia amada, y muchas cosas más. Te perdono por lo malo. Te dejaste pisar y maltratar, ahora me toca a mí abrir mis alas en una nación donde respeten mi vida. Amén.


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