De repente me di
la vuelta y ya no compartía mis valores con casi ningún venezolano. Las
oportunidades de crecimiento disminuyeron notablemente y conseguir mis
objetivos se convirtió en un asunto de "contactos" más que de mérito
propio. Mi lindo país pasó de ser una tierra de inmigrantes, a una nación de
emigrantes. Yo soy una de ellos.
Hace poco menos de 6
meses, entendí que no me sentía feliz en mi país. Estaba inconforme con muchos
asuntos y había caído en la peligrosa situación de acostumbrarme a vivir en un lugar
enfermo. He tenido la suerte de estudiar, - mucho, por cierto-, viajar y
conocer, y al comparar mi Venezuela con otros países, comprendí que la realidad
que vivimos es una injusta pesadilla que no parece tener final a corto plazo.
Antes de sentarme a
escribir este artículo, analicé durante varios meses las razones que me
impulsaron a emigrar. Quizá este sea un manifiesto, una auto-justificación de
mis propios motivos o tal vez el grito de una joven emprendedora que quiere que
el mundo conozca la triste realidad que vivimos esta pobre generación de
fugitivos. Sea cual fuese el objetivo final de este escrito, mi intención no es
juzgar a los que se quedan. Escribo con el corazón abierto y lágrimas en los
ojos porque yo decidí irme, porque soy venezolana y todo lo que soy y tengo, se lo debo a mi
país.
Todo comenzó cuando
entendí que las oportunidades no son sinónimo de hacer dinero. Los que me
conocen saben que trabajo desde la universidad. Soy comunicadora social y
fotógrafa y desde hace 5 años dirijo mi propio negocio de fotografía, Fotomov.
Al principio no fue fácil, como para todo aquel que decide arriesgarse y
tener su propia empresa, pero poco a poco, con mucho esfuerzo, fui creando mi
cartera de clientes y me enorgullece mucho saber y decir que logré trabajar con
más de 2.000 familias, fotografiando eventos culturales de danza, música y
deporte. Fotomov en Venezuela tiene “oportunidades”, me va bien, el negocio es
rentable. Pero para mí, esto ya no es suficiente.
En mi opinión, un país
generador de oportunidades no sólo te ofrece clientes y dinero. La oportunidad
es un ciclo que prosigue con justamente lo que puedes conseguir después de
obtener la rentabilidad de tu negocio. Ganar 20.000 Bs. mensuales puede parecer
un “sueldazo”, teniendo en cuenta que este monto cuadriplica el salario mínimo.
Pero, ¿tenemos oportunidad de ahorrar? ¿es posible adquirir una vivienda
propia? ¿podemos invertir nuestro dinero en inmuebles seguros? La realidad es
que los jóvenes de esta generación que trabajamos dignamente -dígase sin chanchullos, guisos, vendiendo dólares o enchufados con algún negocio
gubernamental- no lo podemos lograr.
"Hacer dinero"
se convirtió en un término casi incomprensible para mí. No entiendo qué
importancia puede tener ver tus cuentas repletas de bolívares cuando en la
puerta de tu casa te pueden asesinar. ¿Es que acaso todo ese dinero puede hacer
que se respete el primer derecho humano, el derecho a la vida? ¿el dinero me
hace invisible ante aquel a quien no le interesa mi existencia? Aquí expongo mi primera
razón al decidir emigrar.
“Chama, por lo menos estás viva”: La inseguridad social
Estamos
tan, pero tan, mal que escuchar la noticia de una nueva víctima de la
inseguridad, se recibe tomando el primer café de la mañana. El asombro aparece
justamente cuando no hay muertos y la palabra "justicia" está tan
olvidada que ya ni siquiera se menciona. La situación es grave, el país está
enfermo y los venezolanos nos estamos enfermando.
Las consecuencias de la
inseguridad son múltiples, empezando por que las calles son lugares "prohibidos" después de caer el sol. Entregamos nuestros espacios públicos, sacrificamos
nuestras reuniones sociales y ya no se le brinda ayuda al prójimo desconocido.
En Venezuela no manejas de noche el vehículo que con esfuerzo y trabajo
adquiriste, sino el que sea “invisible” para los malandros y mientras más
oscuros sean los vidrios, mejor.
Los venezolanos nos hemos
replanteado las vías para ir al trabajo y regresar a la casa, nos hemos
comprado celulares más económicos para entregarlos si somos víctimas de un
atraco -para los extranjeros: en nuestro país, un iphone vale más que tu vida-, tenemos planes de seguridad con familiares y amigos, hemos
invertido una fortuna en vidrios ahumados y trackers
GPS y, en el peor de los casos, ya hay personas armadas dispuestas a
defenderse. Pana, ¿no es horrible? ¿esto no es como estar en guerra?
Al venezolano de a pie
también le toca duro. Igualmente le arrebatan sus pertenencias, los asaltan en los
transportes públicos, caminando. A veces entrar o salir de sus casas depende de la
situación de la calle. También se han acostumbrado a negociar lo innegociable.
Y cuando rogar por tu vida se vuelve una rutina -porque aquí no vale decir "gracias a Dios a mi no me ha tocado"- es hora de replantearse el
futuro en este país.
Yo me
cansé. Me obstiné de salir a la calle de noche asustada. De dejar de ver a mis
amigos porque las zonas donde viven son peligrosas. De quedarme ciega manejando
de noche porque los vidrios de mi carro son negros para que nadie me vea. De
salir a trabajar con mis equipos fotográficos asustada, poniendo en riesgo mi seguridad y
el esfuerzo de muchos años de trabajo -porque mis colegas fotógrafos saben que
lo que se cobra en una pauta no paga todo lo que llevas para cubrirla-. Me
harté de tener 25 ojos. De rezar para no caer en ningún hueco para no
tener que pedir ayuda a desconocidos para que me cambien un caucho. De no
dormir hasta que mi hermano llegue a casa después de una fiesta. Me cansé de ya
no confiar en nadie, ni siquiera en los policías -esta es la peor-.
Aquí les
dejo, en muy resumidas cuentas, mi primera reflexión acerca de las oportunidades. Si Venezuela es
el país donde más se hace "dinero", ¿puede todo ese dinero devolverte la vida de
un ser querido, arrebatada por un malandro indolente? Creo que la respuesta
está más que clara. Al emigrar, al menos evito que la próxima caída, sea yo.
“Dame algo pal café y yo te ayudo pues”: la vagabundería
y el oportunismo
De todas
las cosas que me molestan de este país, creo que la que más me enfurece es el
oportunismo. Con tristeza me di cuenta que se ha perdido el valor del trabajo,
la honestidad de hacer las cosas bien sin esperar nada a cambio. En Venezuela
hemos invadido a los empleados de "chocolaticos" y de "algo pal
fresco" para que hagan el trabajo que les corresponde y por el que ya
reciben un sueldo.
Ir a un
organismo público y adelantar cualquier trámite es una verdadera pesadilla. La
figura del gestor se ha multiplicado, así como el costo de las diligencias que
en un país "normal" sólo tomarían un par de horas de tu tiempo. Lo
que antes era un derecho, ahora es un "beneficio" a los que pocos
privilegiados tienen acceso, si cuentan con dinero o un "contactico"
por ahí. Los pobres mortales que no tenemos un "amiguito" adentro y
no queremos ser vilmente ultrajados por un gestor, estamos verdaderamente
jodidos -y me disculpan el léxico-.
Una vez
más nos hemos acostumbrado a pagar por un servicio que merecemos recibir.
Esperar 7 meses por tu pasaporte o pagar 20.000 Bs. Para que te lo entreguen en una semana -el deber ser- es una muestra suave de esta situación. Tener que
llevarle kilos de chocolate a la amargada del SAPI para que te explique con
cautela cuales son los requisitos, cuando lo que provoca es estamparle una
cachetada por maleducada y grosera, es el día a día de un país donde la gente
sólo trabaja y te trata con respeto si tienes algo "material" para
ellos.
De
entregar una propina de cortesía hemos pasado a pagar montos estrepitosos por
servicios que además ni siquiera requerimos. Como ejemplo, el señor que
te “cuida” el carro en la calle, que te cobra 150 Bs. sutilmente y si no se los
das, puedes encontrar tu carro rayado o el vidrio roto -esto me indigna infinitamente-. Resignado a la injusticia
de la calle, pagas el alto costo de salir a divertirte un rato -porque ni voy a mencionar los altos precios de comer y beber en la calle-, y al finalizar
la velada, nuestro hermano se esfumó con los 150 bs. y la seguridad de tu
vehículo brillando por su ausencia. Todos los días me pregunto ¿hasta cuando?
¿por qué nos hemos convertido en un pueblo tan irrespetuoso?
No voy a
entrar en detalles en la famosa Ley del trabajo, pero si estuviera en mis manos,
su nombre fuera "Ley de la sirvenguenzura y el abuso laboral". Como
emprendedora, sé lo duro que es levantar un negocio y más en un país donde das
1 paso hacia adelante y 2 hacia atrás mientras intentas superar una carrera de
obstáculos. Entonces resulta que contratas a alguien dignamente para que con su
trabajo honesto cumpla con ciertos objetivos que harán crecer tu negocio -y por ende a ella como profesional-, y si te renuncia
o debes despedirla, de casualidad no le entregas tu riñón. Claramente,
todo empleado que lea esto estará en desacuerdo conmigo, porque por supuesto,
es muy chévere pasar 3 meses en un empleo y saber que si te vas, vas a recibir
lo mismo o más de 3 salarios, o saber que puedes introducir cuantos reposos
quieras porque no te pueden descontar el día, entre otras cosas. Esta ley lo
que ha permitido es la proliferación de vagabundos que no respetan el esfuerzo
que implica sacar una empresa adelante en este país. Les juro que este tema me
enferma.
Lidiar
con estos temas también me decepcionaba día a día. Y comencé a entender que
Venezuela no es sólo el país hermoso de bellos paisajes y clima excepcional.
Comprendí que el país lo hace su gente
y que los venezolanos se han vuelto tan vivos, que esto no se va a acabar con
un cambio de gobierno. Hace falta una limpieza educativa profunda para rescatar
los valores esenciales de la honestidad y el trabajo.
“Sólo 2 por persona”: desabastecimiento
No soy
madre todavía, pero puedo imaginar la desesperación de una que no encuentra
leche para sus hijos. Tampoco soy yo la que hacía las compras de comida en mi
casa, pero veía a mi mamá llegando cansada después de trabajar con las bolsas
incompletas después de pararse en 3 auto mercados. Lo que sí puedo afirmar, es que si me provocaba hacer un pie
de limón para el cumpleaños de mi hermano debía buscar la leche condensada por
media ciudad, y si la encontraba, pagarla por encima de su valor. ¿Divertido no?
En el
último cumpleaños de mi papá, mi tía le llevó de regalo 2 paquetes de harina
pan y fueron agradecidas con una euforia sólo comparable con el recibimiento de
una herencia en dólares. Una gran amiga que se casaba en mayo, le pidió a sus
invitados de regalo anticipado bolsas de azúcar y leche condensada para poder
ofrecerles dulcitos en la fiesta ya que la proveedora le anunció su
imposibilidad de conseguir dichos ingredientes. Cuando mi mamá consigue leche
descremada, le damos gracias a Dios por ser tan afortunados y por muy poco
racionamos la medida diaria. ¿Esto es lógico? Por amor de Dios, somos un país rico.
Aparte
de dar vueltas y más vueltas por supermercados y abastos, que tiene una
consecuencia directa con tu rendimiento y productividad -tiempo en el que dejas
de trabajar, hacer ejercicio o compartir con tu familia, entre otros-, nos
hemos mal-acostumbrado a hacer largas colas, a que nos indiquen la cantidad que
podemos llevar y a recibir como respuesta un "no hay" a la gran
mayoría de los productos de ingesta básicos. Es insólito, denigrante e injusto.
Trabajar y hacer dinero no vale nada, hasta los millonarios van al mercado y se
enfrentan a la misma realidad -quizá con la pequeñita diferencia que pueden
comprar los productos por 4 o 5 veces su valor-.
Mi gran
amiga Lucia -futura Alcalde, por cierto- me dijo una vez algo que siempre
recuerdo con acierto: los controles o regulaciones SIEMPRE generan corrupción.
Y ¿quién podría negarlo? Hacer colas en este país es un negocio rentable. Hay
gente a quien le pagas por hacer la cola, o pagas para pasar de primero, o
pagas para que te avisen cuando llegue la leche. Pagas, pagas y pagas. Y ¿qué
hay de los que trabajamos dignamente todo el día y no tenemos tiempo para
recorrer 7 auto mercados o hacer 2 horas de cola? ¿o de los que quizá tengan el
tiempo pero no quieren pagar por algo que es su derecho? Pues este grupo somos
los pendejos que vivimos indignados por tanta injusticia y cuyas voces no son
escuchadas... a menos que paguemos. Lindo
país.
La
semana pasada, conversando con una amiga sobre mi partida, le comenté que aún
no caía en cuenta que me iba del país, dicho en criollo, que todavía no me caía
la locha. Tranquila chama -me contestó contenta- asumirás mejor la emigración
cuando entres en un auto mercado y encuentres papel toilette. Qué vergüenza,
hasta de eso carecemos. No hay derecho. Yo le echo demasiada bola para ir al fucking supermercado y conseguir lo que me da la gana, no lo que los ineptos de este gobierno permiten importar. Punto.
Y mientras se lima las uñas, tus preguntas quedan sin respuesta: el mal
servicio
En Venezuela se perdió la
calidad del servicio. No existe el respeto al consumidor en la gran mayoría de
los locales comerciales o empresas proveedoras de servicio. No estoy clara si
es por falta de una buena gerencia que entrene al personal sobre el buen trato
al cliente, o si hay una conciencia tácita de que como hay tan pocos productos
y servicios para ofrecer actualmente y tanto dinero represado, ofrecer un buen
servicio no hace precisamente la diferencia en el aumento de las ventas. Mejor dicho, creo que es por la segunda razón.
Una
gran amiga de la universidad, Coquito, me enseñó sin saberlo a entrarle a la
gente sonriendo siempre. Saludar de esta manera, me ha permitido soportar
muchas situaciones los últimos 5 años. Sinceramente, el trato del que la recibe cambia
considerablemente. Pero lamentablemente, la sonrisa no siempre cura la desidia
de la persona que está detrás del mostrador -y a esto súmenle que a este
individuo le importa poco si lo despiden porque el beneficio por dejar de trabajar es alto, anyways-. Pero señores, yo no trato mal a nadie,
no pago mi mal humor con ningún ser humano y tampoco descargo mis frustraciones
con desconocidos. Entonces yo no tengo por qué soportar un mal trato cuando
para llegar allí trabajé un montón, probablemente hice cola para entrar y salí
asustada por miedo a que me robaran lo que adquirí de manos de una amargada.
Estamos
tan podridos culturalmente, que es un asombro encontrarse a alguien que te
brinde un buen servicio, y de encontrarlo a uno le provoca empeñar el carro
para dejarle una buena propina cuando en verdad debería ser el trato normal. En
otros países, el mal trato a un cliente es motivo de demanda. En Venezuela, el
buen trato es motivo de celebración.
Y
reitero, sería muy injusto de mi parte generalizar. Estoy segura que existen
venezolanos que se educaron en buenas costumbres y están tan indignados como yo
por el mal servicio percibido de unos años para acá. Pero como les digo, los
países enfermos también enferman a su gente, y la persona obstinada que te
trata mal, aunque no se justifican sus actos, también está frustrada por la
inseguridad, el poco valor de su salario y las colas que debe hacer para NO
conseguir todo lo que necesita. Es una realidad tristemente viciosa.
“¿Te otorgaron Sicad? Vamos a abrir una botella... ¡salud!”
:
El control cambiario
No
existen líneas suficientes para escribir la desgracia que implica el control
cambiario. Tampoco soy economista y vengo a dar cifras sobres las ventajas y
desventajas del sistema porque poco interesan. Desde mi perspectiva, es una
soberana basura que te digan cuánto puedes gastar en moneda extranjera, cuando
además la compra de esas divisas es con tu
dinero, con el fruto de tu trabajo.
Si me las regalaras, bien, pero en este país solo se le hacen regalos a países
vecinos.
Vivimos
una triste realidad, a la que nuevamente nos hemos mal-acostumbrado, donde
recibir tu propio dinero pero en otra moneda es motivo de celebración. Después
de las peripecias que hacemos para hacer la solicitud, gastar tu valioso tiempo
armando carpetas, yendo al banco, devolviéndote porque la cédula debe ir en la
página completa y no en la mitad, o porque la carpeta debe ser oficio y no
carta, entre otras incoherencias, llegas al exterior y sudas frío hasta que el
punto de venta decreta el "aprobado". Qué tristeza.
Si
sufres de un asalto fuera de tu país, más duele perder la tarjeta de Cadivi que
el mismo pasaporte. Vas viajando con una libretica anotando tus gastos porque
si te pasas 1 dólar del cupo, es un sacrilegio. Vivimos angustiados por el
dinero en un viaje que debería ser de descanso y placer, y además nuestros
soberanos gobernantes nos limitan la cantidad dependiendo del destino.
Perdónenme, pero acostumbrarse a esto es una mierda.
Y ni hablar del derecho
que tenemos todos los venezolanos a estudiar y formarnos afuera. Lo siento, si
tu carrera no contribuye con los intereses de la nación, no podemos ayudarte.
¿Ayudarme?, ¿acaso tu me estás regalando los estudios? Tus intereses no tienen
por qué ser iguales a los míos y allí radica mi libertad. Lamento que la
prioridad de mi país sea invertirle miles de dólares al inepto de Pastor
Maldonado que no gana ni una carrera o enviar a centenares de chinos al hotel
Venetur en Canaima. Para eso si hay dólares ¿no?. Mi indignación no encuentra
límites.
El tema
de los boletos aéreos es una pesadilla tan real, que siento que al montarme en
el avión desde donde escribo estas líneas, se están cerrando todas las puertas
que quedaron detrás. Independientemente de cual sea la razón verídica de la
reducción de vuelos de las aerolíneas -o el cierre de las mismas- es frustrante
sentir que quizás la única ventana que tienes hacia el mundo, de visitar a tus
seres queridos o simplemente viajar por placer, te la están quitando
bruscamente. Pero de esto, también nos estamos acostumbrando.
“Mami, ¿skype?”: Las familias virtuales.
Me casé
por el civil hace dos semanas, y en la mesa donde firmamos el acta habían más
pantallas de celulares y laptops que personas presentes. ¿No se les arruga el
corazón? Somos una generación de emigrantes.
Crecí en
una familia muy grande. Los intercambios de regalos en diciembre eran
multitudinarios. Me veía con mis primos a menudo. Éramos una familia unida,
físicamente unida. Ahora, de 14 primos quedan 5 en el país. Las distancias no
han debilitado los vínculos pero la realidad es que uno se separa. Las vidas
toman rumbos distintos, acordes al país donde se desarrollan, y los
acontecimientos familiares son casi unas video-conferencias de poco tiempo y
mala señal. La terrible situación del país ha separado familias y ahora hasta
nos arrebata la posibilidad de encuentros cercanos. Nuevamente, estos tiempos
son una basura.
Veo
todos los sábados crecer a mi sobrina por Skype.
Me pregunto que pensará ella al ver a su tía por una pantalla. ¿Pensará que soy
un robot?¿una comiquita? Somos una generación de familias virtuales y aunque
desconozco las consecuencias que esto pueda traer a nivel de crianza en los
niños, no dejo de pensar lo difícil que puede ser educarte sin el afecto
cercano de tus tíos o abuelos, en países culturalmente diferentes y en muchos
casos hasta en otro idioma. No digo que sea horrible o traumático, pero sin
duda es una difícil realidad que nos toca vivir a los que buscamos un país
donde exista el respeto.
Venezuela, el país de las despedidas
Yo siento que a mí me
botaron de mi país. A mí me gritaron "Aquí no hay oportunidades para
ti" -entendiendo que las oportunidades no se basan en tener clientes y
hacer dinero únicamente-. Mis papás permanecen en una nación que no les ofrece
seguridad para su vejez y sus ahorros se disuelven en visitas efímeras a
diferentes ciudades a donde escapamos sus hijos.
Cuando estaba en la universidad, durante tres años dirigí la organización de ayuda social "Entre Todos". Hicimos muchísimas obras de beneficencia, subimos muchísimo a Petare -uno de los barrios más peligroso del país- y fueron unos años muy enriquecedores socialmente hablando. Sin embargo, llegué al punto donde entendí que hay fuerzas superiores a uno y hay decisiones que no dependen de mí. Hay situaciones que mi altruismo no puede cambiar.
Yo me cansé de no poder
confiar en mis hermanos venezolanos, de estar predispuesta a recibir siempre un acto de viveza o
desidia. De paralizarme cuando siento la presencia de un motorizado al lado y
limitarme a salir de noche siempre acompañada de un hombre -o simplemente no salir-. Me obstiné de
mendigar dólares para viajar o comprar artículos que NO consigo en mi país, de ir a Cadivi 29 veces porque el sistema
"oportunamente" nunca funciona bien. Ya no aguanto el mal trato de la
gente, la violencia y la predisposición. Me rehúso a hacer horas de cola para
que me digan en caja cuánto puedo comprar o tener que presenciar episodios
violentos entre 2 mujeres por un frasco de acetona.
No
aguanto el vagabundismo de la gente, el abuso de los autobuseros -no todos,
quedan algunos decentes-, el sobreprecio de los productos, que mi salario valga cada día menos,
el miedo con el que vivo, la desidia de los empleados, los huecos en las calles
de un país petrolero, las ofensas de nuestros gobernantes a diario por no
pensar como ellos, la oposición egoísta e individualista ávida de robar, los
boli-chicos y sus trampas, los cadiveros, las muertes cada minuto, la
corrupción desbordada, el irrespeto entre nosotros mismos, la basura en las
calles, la ausencia de productos básicos... esta lista podría continuar.
Habrá
quienes piensen que este escrito es absolutamente negativo y que soy una nube
negra. A Dios doy gracias que aún se me permite escribir lo que pienso. Así
como el país está bien mal, aún luchan por sobrevivir las cosas buenas. Yo
aplaudo a todo el que se queda a asumir este barranco, que aman al país y
quieren trabajar por su recuperación. VALIENTES. Igualmente sería injusto
negar la posibilidad de volver porque la vida da muchas vueltas y si me toca
regresar, lo haría con entereza. Pero también pienso que todos somos
"patriotas" hasta que nos sale una buena oportunidad afuera, y que
lance la primera piedra quien no esté de acuerdo conmigo.
Yo me envenené con tanta
basura y salí despavorida. Mis hermanos emigrantes quizá tengan un sentimiento
similar. No niego que extrañaré muchas cosas, sobre todo el afecto de mis
seres queridos que dejo allá. Pero entendí que Venezuela es un territorio nada
más, pero que la nación es la gente. Y yo perdí la afinidad con muchos
compatriotas.
La vida es una sola y pasa
muy rápido. Me tocó nacer en un territorio pero la vida también me enseñó que
puedo ser ciudadana del mundo. El cariño a la patria se lleva por dentro y eso
no lo perderé jamás. Me seguiré preocupando por quienes se quedan y haré lo que
esté en mis manos para colaborar con la salida de estos animales que tenemos
como gobernantes. Ahora, en mi vida de emigrante entiendo que las oportunidades
–las de verdad- las consiguen quienes con trabajo y actitud positiva abren las
puertas que les cerraron en su país.
Venezuela, es hora de
decir hasta luego. Gracias por lo bueno: mi educación excepcional, la gente
bonita, los atardeceres maravillosos, el calor de tu gente, tus colores y
sabores, mis amigos y mi familia amada, y muchas cosas más. Te perdono por lo malo. Te dejaste
pisar y maltratar, ahora me toca a mí abrir mis alas en una nación donde respeten
mi vida. Amén.
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