Y entonces decidí
que mi vida con Víctor iba a ser así, viajando siempre, tomados de la mano. No
necesitamos lujos, ni carros del año. Tampoco pagar por los paseos más caros y
comer en los restaurantes más famosos. Somos felices estando juntos, observando
los atardeceres, conversando con desconocidos mientras caminamos y disfrutando
de las cosas pequeñas, como un café cuando hace mucho frío o un abrazo sincero después
de una experiencia increíble. Así dibujo todos los días mi vida con mi esposo.
Mi
esposo, siempre buscando estar al día en materia de inmigración, se inscribió
en un curso intensivo de 4 días en Denver, Colorado. Planificamos que yo
viajaría con él, para luego hacer un paseo por las montañas de este estado y
pasar unos días esquiando. No es que sea muy pro en este deporte, pero viajar siempre me pone las paticas
calientes.
Así
que del jueves 26 de febrero al domingo 1 de marzo, me dediqué a hacer mucho
ejercicio, ir 3 veces al cine, trabajar en mi portafolio fotográfico y dormir a
plenitud. El cielo nos recibió con una de las nevadas más fuertes registrada en
años, y aunque el frío y yo no somos los mejores amigos, disfrutaba ver a los
árboles vestiditos de blanco. El invierno, cuando el cielo está azul, es
elegante y glamoroso.
El
lunes 2 comenzó nuestra travesía, siendo además mi primera vez por estas
tierras invernales. Estas carreteras, tan perfectamente pavimentadas, parecían
hechas por las manos del mismo Dios, de verdad que así da mucho gusto manejar.
Podía pasar horas en silencio, contemplando las montañas escarchadas que me
decían en silencio su hegemonía eterna, como insinuando que si queríamos
alcanzarlas, teníamos que escalarlas con mucho respeto y dedicación.
Llegamos
al pueblo de Granby, donde mi esposo encontró un apartamentico tipo
estudio por airbnb, Silvercreek. Pasamos por recepción y un señor muy
amable prácticamente nos dijo que para lo que quisiéramos y a la hora que nos
apeteciera, contábamos con él. Qué bien se siente que te acobijen siempre con
tanta amabilidad.
El
apartamento estaba perfectísimo para nosotros dos. Tenía una sola área, con la
cocina a pocos metros de la cama y una sala acogedora para lanzarse de clavado
en ese sofá y ver películas con chocolate caliente todo el día –actividad que
nunca hicimos, btw-. Justo en frente
había un automercado gigantesco, así que hicimos un mercadito modesto para los
desayunos (omelette, panquecas de
avena, cereal, french toast y
sanduchitos).
Hoy por ti, mañana seguramente por mí: Martes 3 de marzo de 2015
Desperté
a mybaby con el olor magistral de mis
panquecas de avena con fresitas y cambures picaditos –por supuesto, sugarfree maple syrup- . Un desayuno
calórico con mucho carbohidrato porque hoy esquiaríamos en la pista de Granby
(el señor amable de la recepción nos la recomendó, quedaba súper cerca y era un
poco más económica que la de Winter Park). Alquilamos mis skis con los poles en un rental que había dentro del mismo
conjunto residencial, donde además nos daban 25% de descuento. Nice!
Llegamos
súper rápido, sólo 5 minutos en carro y nos encontramos con una pista
prácticamente para nosotros. Por ser para practicantes principiantes e
intermedios, no tenía tanta popularidad –la mayoría se va a la pista de Winter
Park-, pero para Vic y para mí era perfecta –sobretodo para mí, que me aterran
las pistas empinadas-. Así que la pasamos súper porque los canales eran súper
anchos, no se nos atravesaba nadie, la nieve estaba súper smooth y el día, mejor imposible.
En
uno de los breaks, mientras nos tomábamos un chocolate caliente, supimos lo de
las visas J1. Cada invierno, varios Resorts de la zona, se traen a un montón de
suramericanos para que trabajen durante el invierno, que es el high season de este lugar. La mayoría
son argentinos, chilenos y algunos peruanos, que tienen vacaciones de verano en
esta época del año. Nos pareció una experiencia increíble para estos chamos,
una oportunidad de ahorrar algo de dinero, practicar deportes de nieve gratis y
conocer gente de todas partes del mundo.
Y
entonces esa noche, sin buscarlo, conocimos a una argentina de Córdoba –llamada
Natalia- quien estaba trabajando en el Resort de Winter Park con esa visa-. Esa
noche, fuimos a cenar en Downtown y ella estaba trabajando en el restaurante
donde comimos: Smokin´ Moe´s.
Natalia estaba atendiendo nuestra mesa, su acento nos pareció familiar, mi
esposo le preguntó por su nacionalidad y así inicio la conversación. Le
contábamos que estaríamos unos días por la zona y que habíamos venido a
esquiar.
Pues
esta chica de Córdoba nos dio una enseñanza de lo que son las ganas de ayudar y
hacer un gesto bonito desinteresadamente. Out
of the blue, Natalia nos ofreció unos pases gratis para esquiar en la pista
de Winter Park. – Yo tengo un par de pases que no voy a usar, se los regalo
para que no paguen nada-. Wow! Ella
no tenía por qué, pudo haberlos vendido un poco más baratos y ganarse algo.
Pero no fue así.
La
vida es eso, es un ciclo de energía. Si tú das cosas buenas, vas a recibir
cosas buenas. Vic y yo siempre tenemos la dicha de que nos regalen cosas, no
sabemos por qué, pero en cada viaje siempre llega ese alguien milagroso que nos
entrega algo sin pedirnos nada a cambio. No sé que será ahora de la vida de
Natalia, pero seguramente el universo completará el ciclo de bondad y le vendrá
algo muy bueno. Amén.
Happy Monthversary: 4 de marzo de 2015
Sí,
lo sé, Víctor y yo nos hemos casado 5 veces. Ya saben, no quiero que se le
olvide jijijiji. Lo cierto es que este día cumplíamos 6 meses de habernos
casado por el civil en Caracas así que decidimos celebrar a lo grande haciendo
miles de actividades. El día entero fue una mezcla de divertido, comelón y
aleccionador.
Volvimos
a Granby y esquiamos con un cielo perfectamente azul, un sol que nos exigía el
uso de lentes polarizados y un frío penetrante, pero rico. Aquí conocimos a
otro argentino súper simpático que estaba trabajando en el resort de Granby con
la visa J1. Sin duda, hubiera aplicado para este
trabajo si en mi país nos dieran estos 3 meses de vacaciones. No me tocó, pero
yo disfruto cuando veo que otros pueden tener oportunidades lindas y les sacan
el mejor provecho. Bravo por ellos.
El
almuerzo fue fenomenal, y probablemente me quede corta con la descripción.
Comimos la mejor pizza que me he comido en mi vida en el restaurante número 1
de pizzas en Winter Park: Hernandos. Y cuando les digo que es el número
1, no es porque es fancy, costoso o
hay que ir bien vestido. Nada que ver. Es un lugar bien hogareño y acogedor,
con una chimenea enorme en la mitad y billetes de todos los países del mundo
pegados en todo el techo –de baja denominación, claramente-.
Estuvimos
como 2 horas en el restaurante porque no nos podíamos parar de la silla. El
borde de la pizza era infladito, relleno de queso –Dip Dish- y te ponían en la mesa un tarro de miel para que la
mojaras. No no, too much. Además de
entrada pedíamos un dip de Espinaca
con alcachofa con unos homemade
Chips, de otro nivel. Es que de recordarlo, se me sale salivita por la boca.
Salimos
de allí alrededor de las 4 de la tarde y nos fuimos a jugar bowling. Mi powerbaby tan modesto me confesó que no estaba seguro de cómo sería
su desempeño porque tenía por lo menos 20 años sin jugar. Blah Blah Blah, yo no
sé cual hormona es la que tienen los hombres que TODOS son buenos con los
juegos y las disciplinas deportivas. Yo no sé, pero yo no vine con ese chip de fábrica.
Esta
que está aquí, la que no tenía más de 4 meses sin haber jugado, comenzó el
juego con un par de místicos canales, situación que se repitió a lo largo de
las dos jornadas, dándome los maravillosos puntajes de 63 y 85. Los niños que
estaban en la cancha de al lado, de 7 y 10 años respectivamente, me veían con
lástima. Bueno, perder en bowling no
me mata de tristeza, pero sí hay una molestia inevitable en el ego.
Víctor,
por su parte, se lució con varias chuzas y spares. –Mira pero, ¿tú y que no jugabas desde hace
un pocotón de años?-. No, qué va, yo no compito más contra ti, la próxima estoy
en tu equipo. Por supuesto, trató de enseñarme a posicionar la bola, a hacer
efectos y colocarme en el lugar correcto, pero loro viejo (26 años) no aprende
a hablar –ni a jugar bowling bien-.
Cuando
nos fastidiamos, decidimos ir al cine. En el mismo local estaban las canchas de
bowling y las salas de cine. Vimos
una peli de Disney de nombre McFarland. Al principio estaba súper reacia porque
pensé que sería una película infantil. Pero fue el toque final que le faltó a
nuestro día fabuloso. Una pieza súper aleccionadora sobre el poder de querer
hacer las cosas y alcanzarlas sin importar los obstáculos o la carencia de
recursos económicos. Aquí les dejo el tráiler para que la vean, sin
desperdicio:
Vail y el bendito selfie stick: jueves 5 de marzo de 2015
Nos
despertamos tempranito y desayunamos un cereal rapidín chin chin. Hoy
viajaríamos en carro a Vail un pueblito muy famoso de colorado donde
esquía la Crème de la Crème. Víctor ya
había estado varias veces, pero era mi primera vez, así que me sentía como un
niño yendo a Disney for the very first
time.
El paisaje por la i70
–la carretera que agarramos para llegar allá- era otro nivel. El frío estaba
apretado, pero las montañas se veían tan bellas copaditas de nieve que nos
bajamos a tomar fotos en varios tramos. El sol estaba brillante y el cielo muy
azul, un día perfecto para caminar en invierno.
Llegamos a Vail
alrededor de las 10:00 a.m. y me pareció un pueblito de postal. Todo era bello:
las casitas, las callecitas empedradas y toda la gente que estaba allí –de
sangre pura, abolengo y demás jaja. Disfruté mucho caminar tranquila por esos
caminitos.
Por casualidades de la
vida, ese día era la US Open Snowboard Championship y además era gratiñán. Así
que subimos a pie por media montaña –con el outfit
menos indicado, debo necesariamente acotar- y vimos a los competidores
dándose duro en el pipe. Nunca había estado en una competencia de este
estilo y la verdad fue una súper experiencia. En este estado todo lo que es
esquiar y hacer snowboard es una INDUSTRIA, en mayúscula. De hecho, uno de los
principales ingresos del estado de Colorado es por la práctica de estos
deportes.
Bajamos de nuevo al pueblito, caminamos, entramos a las tienditas, y
finalmente almorzamos unas súper hamburguesas gorditas, grasientas y divinas en
The Red Lion –según los locales, el mejor lugar para comer hamburguesas
en Vail-. Yo la pedí con sweet potato fries y cole Slaw. Too much.
Después de la comelona,
estuvimos sin exagerar unas dos horas dando vueltas buscando el selfie-stick para nuestra Gopro porque
lo rompimos esquiando el día anterior –esta palabra la aprendí a los golpes,
porque preguntaba en todas las tiendas por el “palito que se estira para la
Gopro” y no me entendía NADIE. Así que ya saben cómo se llama, para cuando
necesiten uno. Irónicamente, en un lugar donde se practican estos deportes y
donde la mejor cámara para hacer videos y tomarse fotos es la Gopro, los
accesorios son casi inexistentes –y si de casualidad los consigues, tienes que
empeñar el ojo y el valor de tu riñón-. Not
nice.
Yo generalmente me duermo en
las carreteras. Es como si me dieran un somnífero, porque en lo que me dicen
que es un viaje en carro, automáticamente me pongo en off. Menos mal que mi esposo es un santo y no se molesta, porque
reconozco que soy la peor copilota ever.
Pero esta vez no sucedió así.
El regreso de Vail a Granby
eran 2 horas por una carretera estrecha, adornada con paisajes increíbles. Todo
es bello cuando es de día y no está nevando, pero a nosotros nos agarro la
noche y la nieve. Y peor aún, los venados cruzando de un lado a otro. Debo
decir que estuve dos horas, no solo súper despierta y alerta, sino aterrada. No
les puedo explicar el tamaño de los mooses,
y el pronóstico catastrófico si por mala suerte hubiéramos atropellado a
uno. Así que ya saben, entre 5 y 6 de la tarde, cuando está cayendo el sol, a
estos amiguitos se les antoja cruzar la carretera. Ojo pelao´.
¿Llegamos a
marte?: viernes 6 de marzo de 2015
Días antes de viajar,
investigando qué actividades podíamos hacer en Winter Park además de esquiar,
descubrí los Snowmobiles. Son unas
especies de motos pero para la nieve, que se sostienen sobre dos esquíes
gigantes. Los había visto en películas pero nunca tuve la pretensión de
montarme en alguno –no soy demasiado aventurera. Pero en vista que estaríamos
una semana por esta zona y no somos de los que esquiamos todos los días, nos
animamos a hacer un paseo.
Pagamos por un paseo de
2 horas con una gente que se llama “Grand Adventures” en frente del
Winter Park Village. Éramos un grupo de 10 personas, algunos manejaban su
propia moto y otros la compartían –Víctor y yo nos montamos en la misma-. El
guía, un chamo súper chévere y muy acostumbrado al frío, nos explicó el
funcionamiento de las motos y nos encaminó hacia la montaña.
La experiencia es
increíble, además el día que nos tocó no tiene comparación alguna. El cielo
estaba azul, el sol radiante, la nieve brillante. Hacia frío, pero no se sentía
–bueno, cuando íbamos rápido sí, un poco-. Los paisajes nos dejaron sin
aliento. Yo sólo podía pensar sobre la maravilla en la que estábamos inmersos,
lo imponente de esta naturaleza bañada de nieve y lo escondido que están estos
paisajes de la destrucción humana. Todo era virgen, como intocable.
Espectacular.
Llegamos al tope de la
montaña y les juro que me sentía en otro planeta. Arriba, cuando ves a las
montañas desde un ángulo superior y el cielo parece el infinito, te sientes en
otra dimensión. El horizonte parece no tener límites, y como toda la tierra
estaba cubierta de nieve, no exagero cuando les digo que nos sentíamos en
Marte. Allí el frío nos recordó que estábamos en tierras sagradas, y comenzamos
el descenso por rutas desconocidas.
El guía nos llevó a un
área enorme, sin árboles, para que los hombres vaciaran el exceso de adrenalina
jugando como niños con los snowmobiles.
Algunas mujeres nos bajamos de las motos para que ellos se sintieran plenamente
libres. Algunas se llenaron de energía marciana y se unieron a los chicos.
Víctor volvía a su infancia por unos minutos, mientras yo le tomaba fotos para
el recuerdo. La memoria se debilita, por eso yo documento todo con tanto gusto.
Terminamos el paseo con
un chocolate caliente cremosito. De allí fuimos a buscar los pases que nos
prometió Natalia para esquiar mañana en la pista de Winter Park. Gracias
Natalia, el Universo te devolverá duplicada tu generosidad. Luego fuimos a
conocer The Village, el pueblito de Winter Park, donde nos comimos un sandwiches
“famosos” en Doc´s Roadhouse, pero nada del otro mundo. Al final del día,
pecamos con una crèpe gigante de nutella y cambur. Bueno bueno, mañana sería
nuestro último día de ski, había que comer carbohidratos #YeahSure.
Bye Bye
Winter Park: sábado 7 de marzo de 2015
Después de un desayuno
nutritivo, nos encaminamos hacia la pista de Winter Park. Gracias a Natalia,
pudimos rentar mis esquís, las botas y los poles
por sólo 15$ y la entrada a las
pista nos salió gratis. Ha sido la esquiada más barata de la vida. Dejamos los
bolsos en el locker y nos dirigimos
al primer lift –color verde,
obviamente-.
Yo me quedé perpleja, me
sentía totalmente fuera de lugar. Esto es un mundo, una industria. Nunca jamás
había estado en una pista tan grande, con tantos lifts, y lifts más arriba
de los lifts. WTF? Aquí hay que esquiar amarrado para no perderse. Hay demasiados
caminos diferentes, rutas de todos los colores, verdes que se vuelven azules,
negras que se vuelven verdes, azules que pasan a ser negras. Hay que esquiar
con los cinco sentidos bien despiertos, porque en un minuto puedes estar frente
a una bajada muy poco alentadora.
Esquiamos durante unas
dos horas y yo me caí durísimo y no quise esquiar más. Si hubiéramos pagado los
120$ que costaba pasar el día en las pistas quizá me hubiera tomado un
analgésico y hubiera seguido guapeando
–y más si hacía el cambio en bolívares-, pero como GAD no pagamos nada, me
quité las botas y me fui a tomar un café a Starbucks hasta que a Vic se le pasó
la fiebre –que no fue mucho tiempo después-.
Nos despedimos de The
Village encantados, no sólo por lo hermoso del pueblito y lo bien mantenidas
que están las pistas, sino porque aunque no tenemos bebés todavía, descubrimos
que es uno de los lugares más Kids
Friendly en los que hemos estado, y sería un súper plan traer a nuestros
hijos cuando ya tengan edad de practicar este deporte.
Para terminar la súper
semana, decidimos repetir el almuerzo en la famosa pizzería de Hernandos. Como
les dije antes, de verdad verdaita, no tiene comparación. Y pedimos lo mismo,
sin ver el menú, hambrientos y sin remordimiento. Venir aquí y no visitar este
restaurante es una maldad. Terminamos el día tomados de la mano paseando por el
pueblo.
Como todos mis post, quisiera
terminar este viaje con una reflexión. Estos días, me di cuenta que Vic y yo
podemos disfrutar con cosas pequeñas, sin mucho –o nada- de lujo. El
apartamento donde nos hospedamos era bien sencillo, y hasta viejito, pero nos
daba cobijo y nos hacia sentir felices. El carrito que alquilamos fue un Corolla
bien modesto, pero que dio la talla en las carreteras –con nieve y todo-.
Comimos en lugares económicos, pero muy buenos, y además sin buscarlo conocimos
gente especial que nos hizo parte de su círculo de generosidad. Definitivamente uno viaja para cambiar, no de
lugar, sino de ideas J ¿Qué opinan ustedes? ¡Hasta la
próxima!
Me encanto tu blog. Comparto contigo el pensamiento del último párrafo. Un abrazo para los dos, sigan siendo tan felices como se ven.
ResponderEliminarGracias prima!! un abrazo grande para ti :)
EliminarLo único que puedo decirte de tu relato, es que me dieron muchísimas ganas de estar en esa postal. Qué rico.
ResponderEliminarJajaja la próxima vez te traemos en la maleta :)
Eliminar