domingo, 10 de noviembre de 2013

LISBOA: DECADENCIA QUE SEDUCE



En mi mundo ideal, sería decreto de ley echarle un manguerazo a las fachadas de las casas y negocios al menos una vez al año y acto seguido pintarlas de diferentes colores, adornando las ventanas con flores y guirnaldas.


Día1: Salimos de Sevilla el lunes 28 de octubre a las 11 a.m. en el mismo avión de juguete que nos llevó a Sevilla, damn. Aterrizamos sin contratiempos en Lisboa, donde atrasamos nuestro reloj una hora y tomamos un taxi fuera del aeropuerto que nos llevó al Hotel Fenix Lisboa -súper bien ubicado, al lado de la Avenida Liberdade y en el lobby regalaban manzanas verdes, ¡yes !-. Nos dieron una habitación linda, nos organizamos y pateamos la calle ipso facto.

Vista desde el Hotel Fenix Lisboa

Tengo que reconocer que vine a Lisboa sin averiguar nada previamente. No tenía ni idea sobre los lugares turísticos, los spots históricos ni cómo trasladarme. Ni siquiera sabía cómo se llamaba el hotel. Pero descubrí que viajar así también tiene su encanto. Te permite  perderte, imaginar, llegar a sitios que quizá con un mapa hubieras evadido y además te libra de pre-juicios sobre los "Must do". Tú te vas creando tu camino y tu historia. Así conocí Lisboa.

Mi mamá había venido por primera vez hace dos años con mi papá -justicia, yo repetí Holanda y Sevilla, ya me tocaba conocer algo nuevo a mí-, por tanto ella estaba bastante ubicada. Caminamos toda la Avenida Liberdade dirección al mar y recordé la quinta avenida de Nueva York, llena de tiendas que despiertan deseos pero que rechazan los bolsillos. Llegamos a la Praça Restauradores donde los edificios comenzaron su labor seductora con mi Canon. La ciudad me parecía clara, y es porque muchas de las calles y bulevares son de piedras blancas y reflejan el sol. Estaba nublado pero no hacía nada de frío. Obrigado Pacheco.

- A esta ciudad le hace falta como un manguerazo - repetía mi mamá mientras caminábamos. Y no se equivocaba, de verdad que no le ponen cariño a las fachadas de los edificios. La mayoría de las casas y negocios parecen sucias y decadentes, se ve polvo en los vidrios y las que tienen azulejos dan la impresión de estar abandonadas. Es una lástima, la ciudad es increíblemente pintoresca -me atrevería a decir que la más llamativa de todo el viaje-, todas las casitas están pintadas de diferentes colores, las ventanas varían en formas y diseño y sólo comparten los techos de simétricas tejas rojas. La sentía nostálgica, como a la espera de algo -¿del progreso?-. Pero como diría mi amiga Gress, "es una decadencia que seduce".


Llegamos a la Praça Rossio frente al teatro nacional, con una fuente muy linda y unas grecas en piedra negra que adornaban todo el piso, continuando por toda la Rua Augusta hasta la Praça de Comércio. Según mi mamá, esos mismos detalles en el piso se encuentran en Copa Cabana, Río de Janeiro. Me pareció lindísimo y elegante. Le dimos la vuelta para tomar el tranvía 28 que nos dejaría en lo alto de una colina, en el Castello Sao Jorge. Me sentí en San Francisco montada en este medio de transporte tan particular, apretadita por tantos turistas y deleitándome con las casitas y su gente. 





Nos bajamos en la zona más alta que alcanza el tranvía y desde allí la vista es estelar. El río Tejo (Tajo) se impone en todo el frente dando la sensación que lo que observamos es el mar. Pensé en los grandes navegantes portugueses y su majestuoso interés por gobernar las aguas y conquistar territorios. Y ¿cómo no?, desde allí provoca ser dueño del mundo.




Caminamos cuesta arriba para visitar el Castello -voy a llegar con las nalgas como una carajita de 15 si seguimos paseando por estas subidas, decía mi mamá sonriendo-. La fortaleza se levanta en lo alto de la zona de Castello, con dimensiones notables y vista prodigiosa. Sirvió como castillo, luego como defensa y en el terremoto de Lisboa de 1755 se destruyó por completo. El siglo pasado lo restauraron y ahorita es una suerte de parque-mirador para contemplar el río y la ciudad en perfecta simbiosis. Un lujo pararse en una de las torres, respirar la brisa fluvial e imaginarse como harían las princesas con esos vestidos tan pesados por bajar y subir esas escaleras tan intricadas. Mis respetos mes demoiselles.







Salimos de allí rumbo a la catedral en el barrio de Alfama, pero antes nos detuvimos a almorzar en un restaurante chiquito y acogedor. Estaba ubicado  un poquito más abajo del primer mirador, siguiendo la ruta del tranvía, a la derecha. Sin desperdicio. La catedral  nos sorprendió gratamente, con sus columnas de adornos abundantes talladas en piedra y un altar majestuoso al fondo. Comenzamos el descenso sin mapa y poca orientación buscando la Praça del Rossio para regresar al hotel, y nos encontramos con callecitas llenas de vida nocturna, cafés y tienditas. Decidimos caminar hasta la puerta de la Rua Augusta, por un boulevard repleto de locales y turistas, donde de vez en cuando se escuchaban Fados -música típica portuguesa-. Cruzamos el Arco de la Rua Agusta, entramos a la Praça de Comercio, pero no tomamos fotos porque el flash estaba mimadito. Regresamos al hotel por la misma ruta de ida: Praça Rossio, Praça Restauradores, Avenida Libertade y yo calculé como 15 kilómetros recorridos. No valía ni un bolívar -lo cual es igual a decir nada- así que nos acostamos temprano para aprovechar nuestro último día.



Día 2: nos levantamos a las 8 a.m. y después de enviar varios correos bajamos a desayunar. Por 5 euros, quedamos gratamente sorprendidas. El cielo se había puesto lindo, como todas las ciudades cuando se despiden de nosotras.


Mi mamá quería llevarme a conocer Barrio Alto así que sin mapa seguimos las señales de la calle. Para  ir a cualquier sitio, tienes que subir el Sacre Coeur tres veces sin pasar por Go ni cobrar 200$. Admiro a esta gente, ya entiendo por qué dicen que mis pantorrillas son de portuguesa.

Camino a Barrio Alto

Llegamos a una zona hippie estilo el Soho de NY llena de boutiques de diseñadores independientes. El barrio se llamaba Principe Real. Desde allí otro mirador nos regalaba la vista contraria al Castello Sao Jorge, mientras un guitarrista versionaba "Imagine" en portugués. Speechless. Bajamos caminando por todo el barrio de Chiado y siguiendo la ruta del tranvía caímos en la Praça de Comercio donde esta vez si nos pudimos tomar fotos. La plaza es un espacio abierto enorme que me hizo recordar la Plaza Mayor de Madrid pero sin uno de los lados. La brisa nos conducía al agua, donde nos sentamos en unas piedras en silencio a contemplar el río. Un poco más adelante, a la izquierda, el puente 25 de abril -muy parecido al Golden Gate de San Francisco- une dos trozos de tierra atravesando el Tajo.

Barrio Principe Real
Callecitas empinadas de Chiado
Praça de Commercio





Caminamos hasta donde me permitieron las ganas -estaba tan cansada que mi mamá decía que el baby se había robado todo mi power- y tomamos un autobús hasta Belém. Allí caminamos a través de un parque increíble donde la gente recibía el sol con alegría. Me provocó intensamente ser la Ministra del nuevo invento de este gobierno y dedicarme a construir y sembrar parques en toda Caracas; eso sí sería suprema felicidad. Pasamos frente al Monasterio de los Jerónimos, una estructura larga y rectangular de piedra maciza a la que también le hacía falta un manguerazo. Entramos a la catedral, descansamos del sol y salimos a comer los famosos pastelitos de Belén. Aquí está la panadería original -así como la Cueva de Iria de los panes de jamón en Sebucán- y tuvimos que hacer cola para entrar. Pero valió la pena la espera, son para chuparse los dedos. Imagínense una natilla dulcita y caliente dentro de una capita de croissant crunchy. Mucho con demasiado. Me dê três por favor.


Los ORIGINALES pastelitos de Belém, ñami ñami


Monasterio de Los Jeronimos

Interior de la Catedral del Monasterio



Caminamos hasta el Monumento aos Descobrimentos, una estructura colosal de piedra blanca que apunta al río. El cielo azul y el color blanco hacían un contraste esplendoroso. Nos tomamos las respectivas fotos y  nos dirigimos hacia la torre de Belém, que honestamente se veía más cerca de lo que realmente estaba. Ya yo estaba arrastrando los pies del sueño y el cansancio, pero llegamos a los souvenirs, regalito por aquí, regalito por allá y contemplamos sentadas en un muro la torre. Ha sido un viaje maravilloso mami, te amo, gracias por todo.

Monumento a los descubrimientos

Torre de Belén


Un taxista simpatiquísimo nos llevó de regreso al hotel contándonos anécdotas de sus pasajeros y hasta nos regaló su business card para seguirlo en Facebook y recomendarlo a próximos turistas. Cristina likes this. Eran las 4:00 p.m. y estábamos tan cansadas que nos quedamos en la habitación respondiendo mensajes y correos. Sentíamos que ya teníamos un recorrido importante por lo más lindo de Lisboa. Esa noche cenamos comida típica cerca del hotel, atendidas por un mesonero muy dulce y educado. Según mi mamá, en este viaje se reconcilió con los portugueses, a quienes concebía como personas antipáticas y desinteresadas. Nada más lejos de la verdad.

Ya sólo nos quedaba aceptar el retorno a la tierra del caos y añorar un viaje así en un futuro no muy lejano. Te amo mamá, gracias por acompañarme en esta travesía. Aterrizamos, Hello Disneyhell, comenzaron los aplausos.
Nostalgia portuguesa con vista al Tejo
Mirador de Sao Pedro de Alcantara
Desde el mirador Sao Pedro de Alcantara


Calidad de vida a orillas del Tejo
Callecitas empinadas y el famoso tranvía

Trabajo honesto en la Rua Augusta



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