jueves, 31 de octubre de 2013

SEVILLA: una iglesia, un bar, una iglesia, un bar



En mi mundo ideal, fuera ilegal no ver a tus amigos internacionales por más de dos años, de manera que el gobierno te prestaría ayuda económica para viajar a verlos y contribuir con la "Suprema Felicidad" de la amistad




Nuestro tercer destino en este #mota&dotaeurotrip fue la madre patria, España. En esta oportunidad viajamos hasta la región de la rumba y el flamenco, Sevilla, porque una gran amiga andaluza se casaba por estas tierras. Desde mayo planificamos el viaje, haciendo la parada en esta ciudad únicamente para acompañarla el día de su matrimonio, pero por razones ajemas a su voluntad mi amiga Rocío tuvo que postponer su boda para febrero cuando ya teníamos todo comprado. Ni modo, igualmente nos vinimos, pero ahora con fines turísticos.

Salimos del aeropuerto de Schipol Amsterdam a las a las 5:50 p.m. después de sudar pasando peso de una maleta a otra -los carry on nos pesaban 14 kilos cada uno y en mi familia es sacrilegio pagar extra weight-. Hicimos escala en Lisboa por 45 min y allí encontre unos sales fantásticos en la tienda Women's Secret donde me compré dos pijamas. Nos llamaron para el embarque vía Sevilla y nos hicimos pipi en las pantaletas cuando vimos que la nave era una avionetica más chiquita que la que viaja a Los Roques, tanto así que no cabía el equipaje de mano, no había aeromozas y hasta nos dieron unos tapones para aminorar el ruido de las turbinas. Oh, ¿Y ahora quien podrá defendernos? Nos encomendamos a todos los santos conocidos y por conocer y despegamos hacia el reeecuentro con mi amiga.

A las 12 p.m., cuando tocamos suelo andaluz, es que se puso buena la cosa. Recogimos las maletas, se abrieron las compuertas y Rocío y yo corrimos a nuestro encuentro en un "slow motion walk" Hollywoodense súper cursi que terminó en un abrazo sincero como de 36 segundos. Amiga, qué alegría volver a verte. Mientras le presentaba a mi mamá, escucho la voz que tenía tres semanas extrañando: mi #powerbaby venía corriendo hacia mí gritando "sorpresaaaaaaa". 

Yo no les sé explicar con suficientes palabras lo que sentí en ese momento. Hacía menos de 1 hora estaba hablando con él por Whatsapp -gracias Lisboa por los 30 minutos gratis de Wifi para los pichirres-, le contaba mi status geográfico y él me actualizaba sobre su día en New York. Según él mi cara fue una ensalada de "WTF" con "¿estoy soñando?" y "pana qué susto". Tanto fue así que según él cuando me abrazó yo ni moví los brazos, estaba en estado de shock. Pero es que baby, ¿cómo te me vas a aparecer así sin saber si yo me había llevado afeitadora o no? Dios mío, yo me fui a Europa con mi mamá en invierno, no iba a usar falda en años y no tenía hecha ni la manicure. Y con lo elegante y cuidadosamente arreglado que está siempre mi baby, me iba dando una baja de tensión súbita. Superada la fase física, -Muchacha gafa, cruzó el Atlántico por venir a verte, esta noche resuelves lo del mostacho- pensé en mi mamá: -Ay, ¿qué va a pensar ella? ¿Este no era un viaje de "mom and daughter sharing time"? ¿Se sentirá incómoda?. Pues amigos lectores, María Carmelina Faría fue la cómplice mayor en esta historia y tenía dos meses guardando el secreto -berro Ma' te felicito, mira que a ti te encanta repetir lo que una te cuenta-. Fui doblemente sorprendida. Y después de preocuparme por tantas pendejadas, caí en cuenta que viajar a Sevilla solo por 3 días y cargar con el jetlag únicamente para compartir conmigo, means that he really cares. Ahora sí Víctor Badell, ven para darte un beso por bello y perfecto.

Mi amiga nos llevó hasta el Hotel Sevilla Center y nos despedimos con un segundo abrazo prometiéndonos un fin de semana increíble. Me tomé una foto con Víctor y se la mandé a todas mis amigas. -Marisca qué destacado, he is a keeper-, -Te lo dije que se te iba a aparecer-, -¿tu mamá sabía? No lo puedo creer. Bravo Carmelina-, -¿What? Resuelve lo de los bigotes ya. Esa noche me costó dormir sabiendo que él estaba 4 pisos más abajo, así que puse el despertador tempranito para salir a trotar juntos.

Día 1. Ya es viernes en Sevilla y el cielo amaneció llorón. Desperté a mi novio más emocionada que adolescente antes de su primer beso y bajamos al gimnasio a trotar. En dos semanas corremos nuestro primer 10k juntos. Lo hicimos bastante bien -un poco más de 8 kilómetros en 40 minutos- y luego nos encontramos con mi mamá para ir a desayunar. Qué linda oportunidad para nuestra relación que Víctor y ella pudieran compartir la jornada completa durante 3 días, desde el desayuno hasta el "buenas noches Sra. Carmelina".

Desayunamos como en el Olimpo y mi hermana andaluza nos buscó alrededor de las 11 de la mañana. Hacía un frío ligero y el cielo estaba encapotado. Nos dirigimos a un monumento nuevo -digo "nuevo" porque cuando vine en el 2009 no estaba- que le dicen "Las setas" en la plaza de la Encarnación y subimos al último piso a un mirador exquisito. ¡Qué linda Sevilla po' favó!', con todas sus casitas en tonos blancos y tejas rojas. El artilugio desde donde estábamos admirando la ciudad también estaba pintado en crema claro, porque según nuestra guía turística Rocío, tenía que combinar con la ciudad.

Metropol Parasol, mejor conocido como "Las setas  de la Encarnación"


Vista de Sevilla desde el Metropol Parasol



Bajando de allí nos sorprendió la lluvia, así que nos refugiamos dentro de la Iglesia del Valle, frente a la plaza. Le di las gracias a Dios por darme tantos regalos a la vez: el reencuentro con mi amiga del alma, viajar con mi mamá y compartir tantos días con ella -cosa que en Caracas es imposible- y caminar de la mano con mi #powerbaby en tierra bendita. Corrimos a buscar unos paraguas en el coche y seguimos nuestro recorrido por las callecitas intrincadas del centro de Sevilla.



Gran parte del encanto de esta ciudad es su carácter religioso. Hace cuatro años vine a visitar a Ro en plena Semana Santa y descubrí que aquí es una celebración que comprende una seriedad solemne. Cofradías de todas las iglesias salen a la calle con Cristos, Vírgenes y Santos perfectamente adornados con vestidos de alta costura y flores de todos los tipos y colores. Hay hombres que llevan el peso del santo en sus hombros y hasta hacen la ruta descalzos, muchos vestidos de nazarenos. Una maravilla que hay que ver por lo menos una vez en la vida. Así que viniendo a Sevilla es un must hacer un paseito por las iglesias, y más con Rocío que hasta pertenece a una cofradía.

Fachada Iglesia del Salvador

Comenzamos callejeando, haciendo "window shopping" y buscando un vestidito de flamenca para mi Piwi - Alexa Moncada, mi amada sobrinita-. Entramos en dos iglesias espectaculares; la más bella de todas fue El Salvador de estilo inconfundiblemente rococó donde mi amiga sueña con casarse algún día. Nos tomábamos fotos en cuanta esquina se nos cruzaba y yo era inmensamente feliz que finalmente estábamos en un país donde se hablara en mi idioma -al fiiiiiiin español tío-.


Interior Iglesia del Salvador


Llegamos a la catedral de Sevilla y a la Giralda -no subimos, el día estaba gris- y allí caminamos hasta el Real Alcázar, un mini Alhambra fantástico. Aquí recordé las 800 fotos que tomé cuando vine con mi amiga Paty así que esta vez me controlé. Es un paseo recomendadísimo para conocer un poco más sobre el arte Mudejar y adentrarse en los jardines reales, una 8va maravilla sin nominación. Les dejo algunas fotillos.








Salimos de allí ávidos por seguir conociendo pero preferimos comernos algo porque en España los comercios cierran en la tarde y vuelven a abrir de noche, y no queríamos que nos pegara el hambre sin morada. Víctor le pidió a Rocío que nos llevara a un restaurante de tapas para locales, no turístico, y con una sonrisa nos llevó a La Bodeguita Casa Blanca. Aquí ni ojeamos el menú y dejamos que mi bella andaluza nos sacudiera el paladar con las tapas más sabrosas. Y vaya que se destacó. Salimos de allí con la barriga llena y el corazón contento y, dado que hubiera sido un insulto para nuestra guía turística que tomáramos el "Hop on Hop off bus" en su ciudad natal, mi mamá ansiosa optó por los caballos y la carreta. Brilliant.



Nos encaramamos en nuestro transporte medieval dirigidos por un sevillano llamado Miguel que nos iba explicando por donde nos llevaba -tan bella Rocío que se vino con nosotros y ya se sabía todo de memoria-. Pasamos por el Barrio Judío, la Plaza de toros, el Parque María Luisa, el Ayuntamiento y la Plaza España -en mi opinión, esta última es de lo más bello de Sevilla- en un paseo de aproximadamente 40 minutos. Quizá nunca se me hubiera ocurrido tomarlo, pero fue buena idea.

Plaza España




Salimos de allí encantados y entramos en una tienda de souvenirs donde encontramos el traje perfecto para Alexa la más bella, pero mi mamá y su perpetua indecisión no se lo llevaron -venimos el domingo, capaz lo consigo 1 Euro más barato-. Allí compramos las entradas para ver un tablao flamenco en el Palacio Andaluz, qué emoción. Caminamos hasta la Torre del Oro, donde contemplamos el atardecer con vista a Triana frente al río Guadalquivir. Qué bendición.

Torre del Oro


Después se probar los famosos churros con chocolate, Ro nos dejó en el hotel alrededor de las 9 de la noche y 1 hora después nos pasó buscando a Vic y a mí para conocer a su futuro esposo y salir a tapear los 4. Fue un súper plan conocer a Miguel, un sevillano muy guapo y jovial que de 10 palabras se ríe 8 -me hizo dudar la creencia de que nadie hablaba más rápido que mi hermano Ramón-. No teníamos hambre pero es difícil resistirse cuando te ponen los platos en la mesa, así que picamos de todo un poquito y nos devolvimos al hotel a media noche. 

Día 2. El sábado nos tocaba visitar la ciudad morita de Córdoba. Ya yo la conocía, pero con esta compañía repetiría cualquier destino. Los #powerbabies no tuvimos fuerzas para trotar, así que nos desayunamos otro manjar de Dionisio y a las 9:45 a.m los tres tomamos un taxi hasta la estación de trenes Santa Justa. Allí nos montamos en el AVE vía Córdoba y una española amabilísima sentada a mi lado le intercambió su puesto a Víctor, quien bajo las secuelas del Jetlag durmió en mi hombro todo el camino. Llegamos a nuestro destino y sin mapa en mano salimos de la estación rumbo al caso histórico.



 

El centro de Córdoba es el lugar perfecto para fotografiar ventanas, las hay cuadradas, redondas, con rejas, con flores, amarillas, rojas, con azulejos, usted busque que aquí encuentra. Las callecitas son tan estrechas que cuando iba a pasar un carro los transeuntes se paralizaban para observar si realmente era posible que pasara con éxito. -No vale, aquí lo que hay que montar es un taller de latonería y pintura- decía el #powerbaby tocando los rayones de todas las paredes. Ese día estaba media España en Córdoba, específicamente tours de tercera edad, y nos disminuían un poco el ritmo del paseo. 

 




Curioseamos en las tienditas, compré mi respectivo pin cordobés, me tomé fotos romanticonas con mi novio y llegamos al puente que cruza el río Guadalquivir. Allí subimos una torre y fotografiamos Córdoba desde las alturas. Salió un sol Roqueño espectácular y tuve oficialmente las primeras fotos de España con cielo azul. 

Fachada lateral de la Catedral/Mezquita de Córdoba


Puente que cruza el Guadalquivir



Desde allí, nos devolvimos hacia la famosa Mezquita/Catedral de Córdoba. -Wow, esto es el Super Wallmart de las mezquitas- dijo Víctor al entrar mientras yo me reía de lo "green-go" de su comentario. Esta obra arquitectónica estuvo diseñada para ser un templo musulmán durante la ocupación árabe en España. Con la caída de los moros en alrededor de los 1.200 d.C., los católicos la convirtieron en una catedral -o al menos eso intentaron-.



 Al entrar y ver la grandeza del espacio, la magnificencia de sus arcos y columnas y el resplandor de sus altares, sólo pude pensar en los miles de esclavos que estuvieron años dándole y dándole al mármol con el cincel. Esto tuvo que haber sido un trabajón. Es tan grande que yo creo que se pueden celebrar 3 misas simultáneas y los fieles ni se enterarían. Y después de la omnipresencia mora, llegaron los católicos e hicieron un carnaval de altares en unos espacios no diseñados para ese fin, conviertiendo, en mi humilde opinión, aquella maravilla en un santuario de mal gusto. Cero distribución lógica del espacio y por poco nos perdemos el altar mayor, súper mal ubicado. Pero como dijo una española por ahí, "todavía el libro del gusto está en blanco"
 



Salí de allí antojadísima por tomarme una Salmoreja (sopita de tomate espesa típica de Córdoba que se come fría) y nos paramos en un restaurante muy chic llamado Divino's. Cadivi invitó el almuerzo -¡uf!, pasó- y tomamos el RENFE de regreso a Sevilla rumbo al Nervión, un centro comercial súper completo donde pensaba rasparme el cupo sin divina piedad. No fue tan así porque me faltaba pagar el hotel de Sevilla y Lisboa, pero pude hacer algunas compritas.

Llegamos al hotel corriendo a las 8:15 p.m, lanzamos las bolsas en la cama, nos bañamos volando y pedimos un taxi vía al Palacio Andaluz. Venir a Sevilla y no ir a un tablao flamenco es como ir a Paris y no acercarte a ver la torre Eiffel, visitar Roma y no pasar por el Vaticano, venir a Venezuela y no comerte una buena arepa. Como bailarina, disfruto inmesurablemente estos espectáculos y este en particular nos lo recomendaron porque los bailaores son gitanos, es decir, llevan el taconeo y las palmas en el torrente sanguíneo desde antes de nacer. ¡Qué ansieda', que comience tío!

El lugar era un restaurant-teatro perfecto para disfrutar del espectáculo desde cualquier ángulo. Sugerí sentarnos en la segunda fila, no quería que ninguna cabeza me tapara los pies de los bailaores. Víctor y mi mamá pidieron vino, yo pedí champagne. ¡Salud! Por mil y un viajes más así.

Comenzó un prodigio de la guitarra arpegeando. Ya se me paraban los pelos. Cuatro bailaoras en el frente se repartieron el primer tema ofreciendo solos variados con típicos trajes de cola: una bailó sin ningún accesorio, la otra con abanico, la siguiente con castañuelas y la última nos deleitó con el movimiento sublime del mantón. Me llamó la atención que de todo el grupo solo hubiera dos chicas jóvenes, el resto eran mujeres bastante maduras -estas ya cobran Seguro Social, decía Víctor entre risas-. Me hizo pensar que el Flamenco es una danza noble, porque te permite practicarla a cualquier edad, beneficios que no te ofrece el Hip hop o el Ballet.

Escuchamos el típico canto jondo, vimos Sevillanas y Bulerías y admiramos los diferentes trajes, mantones y flores. Pero realmente lo más impresionante fueron los hombres, verdugos bailarines del más allá. Punta-tacón, punta-tacón, punta-tacón a velocidades sobrehumanas. Hacían temblar el piso y mi corazón. Cuando la música se callaba, sus zapateos armonizaban el silencio, con golpes secos que me hacían delirar. Poco a poco aumentaban la velocidad, punta-tacón, punta-tacón; iban subiendo los brazos con palmas abiertas, punta-tacón, punta-tacón; sus ojos fijos al fondo del teatro, punta-tacón, punta-tacón; las palmas suaves luego se convertían en golpes fuertes y viene el giro uno, pirueta dos, se acerca el orgasmo, ellos lo sienten, el público lo siente y el Dios termina su ritual con un golpe seco al suelo, la cabeza ligeramente erguida y el caprichoso "olé", con la algarabía del deber cumplido. En ese momento entendí que se puede sentir verdadero placer sólo con la contemplación. Perdonenme esta, no tomé ni una foto, me obligué solo a observar.

Se terminó el show y salí con la idea de empezar a bailar flamenco llegando a Caracas. Sonó la alarma del hambre y nos montamos en un taxi sin saber a donde ir. -Señor, llévenos a un bar de tapas típico, así como por el centro, cerca de una plaza o algo así-. El taxista un tanto confuso ante nuestra petición nos respondió -Oiga, pero es que tiene que ser más específico, aquí en Sevilla hay un bar, una iglesia, un bar, una iglesia, un bar, una iglesia-. Nos reímos a carcajadas y all of a sudden mi mamá recordó que cuando vino con mi papá en 1999 había un restaurante muy famoso en el barrio de Triana, conocido por su pescaíto frito. -Vale, es que venir a Sevilla y no come' pescaito frito es como si no hubierais venio', ahora mismo los llevo al Kiosko de las Flores-.

Cruzamos el río Guadalquivir a la altura de la Torre del Oro y entramos a Triana, una zona con muchísima vida nocturna llena de bares y discotecas. Le preguntamos al chofer si sabía de donde venía el dicho "la verga de Triana". Se quedó como el hijo de Limbert y nosotros en el mismo status. Nos bajamos en el Kiosko de las Flores, un restaurant súper bien ubicado con vista al río, la Torre del Oro y en el fondo asomada la Giralda iluminada. El mesonero era tan chévere que provocaba darle un abrazo. No vimos el menú y pedimos el plato típico, el "Pescaíto", una bandeja llena de fritanga marina en todo su esplendor. Acompañamos con vino, una degustación de quesos y patatas fritas. Esta vez también invitó Cadivi. Bon apetit.

Al salir caminamos un poquito por la zona para bajar la cena y mi mamá tomó un taxi para irse a descansar al hotel. ¿Cuantas veces en la vida estas con tu novio en Sevilla, en una calle llena de discotecas y un clima tan sabrosito? Usted y yo no nos vamos de aquí Víctor Badell, usted y yo vamos a bailar. Entramos en la única discoteca que rezaba un nombre latino en su fachada -perdonenme ésta también, lo olvidé- y bailamos merengue de cuando yo cursaba el bachillerato. -Esta va a pegar-, le decía a mi baby entre risas. Qué horror de DJ, un niño en Venezuela sabría mezclar mejor. Igual nos vacilamos el lugar, bailamos apretadito, cantamos las que nos sabíamos y a las 2 de la madrugada nos regresamos al hotel. Mañana sería nuestro último día juntos en Europa -por ahora, espero-.

Día 3. Bien, ya conocimos bastante bien Sevilla, viajamos hasta Córdoba y no nos apetecía la idea de quedarnos todo el domingo en la capital andaluza. Mi mamá había leído sobre una ciudad cercana llamada Ronda que parecía ser un paradero turístico interesante y quedaba a una hora de distancia. Ro y Miguel amablemente se ofrecieron a acompañarnos así que pasaron por nosotros a las 10 a.m.

Parque de Ronda

Durante todo el camino mi mamá le dio cuerda a su lengua y no paro de hablar -comportamiento "atípico" de su parte- mientras los #powerbabies roncaban el trasnocho de la rumba anterior. Llegamos a Ronda cerca del mediodía y nuevamente el cielo nos conquistó con su ausencia de nubes y la omnipresencia del sol -y yo con manga larga y bufanda-. Caminamos por un parque que tiene una vista increíble a un acantilado y comenzó la sesión de fotos. El pueblito es increible, está como encaramado en unos riscos. Sentí vértigo.



Llegamos hasta la plaza de toros, pedimos un mapa y nos dirigimos hasta el punto más turístico de la pequeña ciudad: el puente nuevo. Imagínense un puente románico de los años de cataplún que conecta dos pueblos montados en dos riscos, atravesando un río que se vislumbra muy lejos en el fondo. Nuevamente salió dentro de mí la Madre Cristina de Calcuta y pensé en la cantidad de esclavos que habrán trabajado por años para construir esa estructura. Por aquí algunas foticos.

Casitas en riscos, Ronda




Seguimos caminando, cruzamos el puente y buscamos un lugar para tomar las mejores fotos de la estructura. En un parquesito había una bajada que llevaba a un mirador, pero Miguel se disculpó afirmando que todo lo que baja tiene que subir y que él no tenía fuerzas para caminar ese trecho -el día anterior habían estado en una boda-. Así que Rocío y él fueron a tomarse un trago y el #powerteam se encaminó risco abajo para tener fotos cliché con el puente de fondo. Bajamos con cuidado, cheeeeeeese y subimos lentamente bajo un sol primoroso. Joé qué caló.



Nos encontramos con nuestros amigos andaluces y nos llevaron a comer a Casa Santa Pola, un restaurante espectacular con vista al risco y dueños encantadores. Por tercera vez nisiquiera abrimos la carta y nos encomendamos a sus recomendaciones culinarias en nuestro último día de visita. Lo que probamos, no tiene explicación semántica y lamento no haberle tomado fotos a los platos. Pero si alguna vez se acercan a este spot, esto es lo que deben pedir: Ajo blanco (sopa de leche de Almendras), Salmorejo, Sopita de Puchero, Degustación de quesos locales, Cochinillo (este no tiene padrote) y Solomillo de ternera. Sin palabras. Miguel insistió en pagar la cuenta -gracias- y seguimos caminando por las acostumbradas tiendas de souvenirs. 

Compré mi pin y mi postal Rondeña, mi mamá le consiguió el vestidito a la princesa Alexa y caminamos hasta el centro a probar las típicas "Yemas del Tajo". Imagínense la yema del huevo batida con azúcar, amasada en forma de bolita. Rocío nos advirtió que ella no las comía, pero los #powernovios nos aventuramos a la degustación. Víctor de casualidad no vomitó -guacala-. Yo me terminé la mía pero acto seguido me tomé 500 ml de agua. A mi mamá fue a la única que le gustó el invento así que compró una cajita para llevar.

Ro, mi amiga del alma, y su futuro esposo, Miguel


Tomamos carretera de regreso a nuestro origen, esta vez para pasar a saludar a la Sra. Reyes, la mamá de Rocío. Reyes es una mujer andaluza elegantísima, con una amabilidad empalagosa y una sonrisa tatuada en el rostro. Nos recibió en su casa un rato mientras sus nietos brincaban sin parar, hablamos sobre Venezuela y sus tragedias -no puede faltar el tema político- y nos despedimos con un abrazo caluroso tan sevillano como caraqueño. Nos parecemos, al fin y al cabo, ellos nos conquistaron.

Llegamos al hotel a enfrentar la tragedia de hacer maletas por tercera vez, oliendo casa vez más el aroma del café venezolano y la humedad de nuestra tierra. Esta vez no sudaríamos en el counter de TAP, compramos un nuevo carry on. El lunes nos despedimos de Víctor después del desayuno -hasta el domingo baby, gracias por todo, te quiero- y nos fuimos al aeropuerto. Hasta pronto Sevilla. Próximo y último destino: Lisboa.

Las niñas en Ronda


Novio y mami en el Real Alcázar de Sevilla

Callejeando por  Córdoba

Catedral/Mezquita de Córdoba

Vista desde Ronda


lunes, 28 de octubre de 2013

HOLANDA: EL PROGRESO EN SILENCIO



En mi mundo ideal, las cortinas de nuestras ventanas siempre permanecerían abiertas, porque no tendríamos miedo a la invasión de nuestra propiedad y sería un gran placer mostrarle al mundo nuestra cotidianidad



Salimos de Bonn alrededor de las 10:30 a.m. después del majestuoso desayuno -como buena venezolana, me abastecí de potecitos de Nutella para una semana completa-. Hicimos un último recorrido por la ciudad, visitamos un castillo, tomamos chocolate caliente a las orillas del Rhein y le dimos un hasta pronto a Alemania y su particular aroma otoñal. Aufwiedersehen.




Tomamos la autopista y a las pocas horas ya estábamos en Holanda. Desde que pisé estas tierras me sentí en un cuento de Disney. ¿Qué probabilidad tienes de encontrar en un mismo sitio pasto tan verde, vacas blancas con perfectas manchas negras y molinos de viento en cada kilómetro? En el aire está escrito "Érase una vez", The Netherlands es un fairy tale palpable.

Llegamos a casa de Claudia en Delft el domingo 20 de octubre alrededor de las 5 de la tarde. Su esposo Jack Breen, un holandés hippie y simpatiquisimo, y su hijo mayor Yoshi Breen, músico excepional de casi 2 metros de alto, nos recibieron con un caluroso abrazo y comidita indú para la cena. 20 puntos. Esa noche hablamos de Bonn, escuchamos música de Yoshi -ok, no les exagero, la banda de esta criatura es increíble, se llaman Sunday Sun y aquí les dejo un link para que escuchen su música http://www.sundaysunmusic.com- y planificamos a grosso modo nuestros próximos días en Holanda. Nos dieron dos cuartos en el ático -impresionante cómo las escaleras de estas casas parecen de bomberos- subimos casi de cuatro patas y nos acostamos a dormir.

Hace un par de meses me inscribí con mi #powernovio para correr los 10km de We Run Caracas. La carrera es en dos semanas y yo, siempre tan obsesiva con las responsabilidades y la calidad de los resultados, no estaba durmiendo bien de pensar que iba a llegar a la meta detrás de la ambulancia -qué exagerada-. El caso es que en mi primer día en Holanda me monté un sweater y con todo el coraje -se necesita mucho para salir con 11 grados- me fui a trotar por los canales de Delft. Y así comenzó mi día, cruzando puentecitos de juguete y admirando la vida en bicicleta de los holandeses. 


Uno de los tantos puentecitos que ofrece Delft

Día 1: Desayunamos en familia pan con mermelada y queso Gouda, Yoshi se despidió prometiendo ir a Los Roques pronto y comenzamos la vuelta de reconocimiento por la ciudad. Delft es una postal tan cuchi que provoca meterla en una cajita y llevársela a casa. Es una coquetería absoluta desde la A hasta la Z. Los mini canales tienen paticos de cabeza verde y los puentecitos parecen de lego. Las ventanas de todas las casitas, perfectamente verticales, siempre permanecen abiertas, así que es una oportunidad hermosa para curiosiar entender cómo vive la gente. Mi mamá se preocupaba por la gente que quería salir del baño en toalla, pero a mi me parecía fantástico que no cerraran las cortinas. Por la falta de espacio, las familias crean pequeños jardines en las entradas de sus casas -glorioso-, hay más biciletas que ciudadanos y a donde te volteas hay un gatico -no me gustan los gatos, pero estos son disneylandicos-






Visitamos la plaza central, las dos Iglesias, la torre inclinada -como la de Pisa- en la Oude Kerke (vieja catedral), paseamos por las casitas de diferentes pintores (Johannes Vermeer, el creador de la pintura The Girl with the pearl earing, vivió aquí) y luego nos tomamos un chocolate caliente con crema en el centro. -Yo aquí engordando como una vaca holandesa y esta gente monta que monta bicileta, pana estas mujeres no deben tener celulitis- pensaba de vez en cuando.


Cuando vine a Delft hace cuatro años, Claudia y Jack me llevaron a conocer The Hague -Den Haagen-. Me pareció lindo que mi mami visitara la ciudad donde reside el Tribunal de Justicia Internacional más importante del mundo y además camináramos por la playita que tienen ahi cerca. Así que tomamos un tranvía -coño qué robo, 12 euros la gracia de "la playita", decía mi mamá- y despues de 40 minutos llegamos a nuestro destino.

Hotel súper fancy en el puerto de La Haya

Nunca una ciudad me había parecido tan medieval como ésta. El parlamento parecía un castillo de 1.200 d.C, las calles empedradas, las banderas en los puentes y las coronas de rey en algunos faros callejeros, me hacían pensar que en cualquier momento se iba a asomar un dragón por una torre o me iba a atropellar un caballo. Qué bueno es regresar a una ciudad y poder analizarla con otra perspectiva. 

Iglesia medieval en La Haya


Mientras caminábamos Claudia me explicaba todo acerca del sistema de diques que tienen en este país.  La mayor parte de Holanda está debajo del nivel del mar, es el delta del Rin y todas las ciudades están acanaladas. No solo eso, sino que las casas están literalmente a 7 pasos de los canales y es imposible no preguntarse cómo hace esta gente cuando cae un palo de agua. Pues la tecnología de este país tiene otro nivel, tanto es así, que cuando se inundó New Orleans llamaron a los holandeses para que fueran a resolverles la catástrofe. Entonces pensé que Holanda tiene un pueblo altamente inteligente y a su vez modesto. Ellos no le gritan al continente su primer mundismo, no es un país que suene en los medios, nisiquiera se meten en problemas, pero vaya que tienen todo bien controlado. Hasta los molinos les sirvieron hace siglos para utilizar inteligentemente su mayor recurso -el viento- contra su peor enemigo -el agua-. Definitivamente este país está progresando en silencio.

Caminamos hasta la playa donde hay un pier enorme lleno de restauransitos, tiendas de souvenirs y turistas pasando la tarde. Estaba frío y nublado así que nadie se estaba bañando en la playa, pero habían muchos niños jugando en la arena. Lo que más me gustó fueron las esculturas à ciel ouvert a mitad del tramo. El hambre tocó la puerta y nos engullimos un cono de papas fritas con mayonesa. -Ya pronto nos van a ordeñar si seguimos jartando así- pensaba sonriendo mientras me chupaba los dedos.

Puerto turístico en La Haya


Seguimos conociendo la ciudad, compramos los respectivos souvenirs -ahora ando como loca coleccionando pines de cada ciudad que visito- y entramos al Ayuntamiento de Den Haag, un edificio blanco, enorme y majestuoso que no se lo pueden creer. El arquitecto, Richard Meier, creó todas las oficinas con amplios ventanales sin cortinas, como parte de la premisa que los asuntos gubernamentales deben verse y sentirse transparentes, y le gusta trabajar con blanco porque afirma que el color lo trae la gente. Genio. Por aquí un par de foticos.

The Atrium "Ice Palace" en La Haya

The Atrium "Ice Palace" en La Haya. Vista desde el piso 17



Llegamos a la casa alrededor de las 8 de la noche y Jack nos esperaba con salmón, papas fritas -más papas fritas- y ensalada de queso feta. Lovely Jack. Ese día caí en la cama como un plomo.

Dia 2. A Claudia se le ocurrió hacer una ruta en carro por el país (Holanda es un país bastante pequeño, con 17 millones de habitantes y todas las ciudades están perfectamente interconectadas). Primero visitariamos a la mamá de Jack, luego conoceriamos los molinos de viento originales de 1.600 d.C y terminariamos en Ultrech, donde visitariamos al segundo Breen.

Comenzamos por la Sra. Breen, una mujer regia de 88 años que nos recibió con cariño en un perfecto inglés. Soñé nuevamente con una vejez tranquila y feliz, con un laguito en frente y floresitas para regar. Esta gente no tiene problemas, pensé. 

Seguimos carretera al norte vía Zaanse Schans, donde visitamos una exhibición real de las casitas holandesas de madera y tejas verdes, acompañadas de sendos molinos de viento. Pensé en la majestuosidad de la mente humana y las maravillas que hemos creado a lo largo de los siglos. Claramente insistí entrar en uno, pagamos nuestro fee y aprendimos todo sobre el proceso interno, en este caso, el molino servía para extraer pigmentos de las piedras. Once in a life time experience. Seguimos caminando, entramos a la tienda de quesos -impelable, degustamos hasta lo incomible: queso ahumado con hierbas, Gouda con pimienta, Edam con pesto- tomamos las últimas fotos y nos encaminamos vía Ultrech, nuestro último destino del día.




Nuestros lindos anfitriones, Claudia y Jack Breen

Ultrech es una postal pero panorámica. Más grande que Delft pero más pequeña que Amsterdam, es la ciudad ideal para alojar estudiantes de todo el país. Tiene canales -como todas las ciudades del país- y restauransitos en las orillas. Lo más cool de esta ciudad es que los carros no pueden entrar al downtown, así que en las callecitas sólo te encuentras "pedestrian and bikes". Muy green, carita feliz. 





Aquí vive con su novia Julian Breen, el segundo hijo de Claudia y Jack, cinematógrafo de 25 años que nos recibió cariñosamente en un bar super cool y luego nos hizo un recorrido a pie por la ciudad. En la noche nos llevó a conocer su apartamento -un edificio muy lindo a las afueras de la ciudad- y nos cocinó una carnita deliciosa con papitas al vapor y coles de bruselas con miel. Qué manjar. Hablando con él sentí nostalgia de que en Venezuela un joven de su edad, ganando más dinero que él, ni de chiste puede pagar el alquiler de un apartamento así, ni mantenerse y además ahorrar para viajar. Qué tristeza. Después de la velada, regresamos a nuestra postal. Mañana, rumbo a la capital.

De izquierda a derecha:
Neeke -novia Julian-, Julian Breen, Jack Breen, mi persona, Claudia Breen

Las amiguitas: mami y Claudia

Ultrech, Holland


Día 3: Este día nos tocó Amsterdam, la capital. Mi mamá tenía 40 años sin venir y a mi, aunque ya la conocía, no me disgustó regresar. El problema fue que ese día el clima amaneció malcriado, y cuando salimos de la estación de trenes, la brisa nos recibió con tres cachetas. Plas Plas Plas, bienvenidos a la ciudad de la locura y la marihuana.



Lo primero que hicimos fue montarnos en el mejor amigo de mi mamá, Hop on and hop off bus. Allí le dimos una vuelta a la ciudad en unos 40 minutos -al igual que en Berlín, cayó tremedo palo de agua así que nos salvamos-. El cielo estaba muy nublado, de ese color que no importa cual cámara tengas ni cual balance de blanco ajustes, no te deja tomar fotos bonitas. Nos bajamos y tomamos el barquito por los canales y desde allí conocimos la ciudad desde el agua. Aquí el clima nos mostró su lado bipolar y nos regaló un sol inconstante que nos permitió sacar algunas foticos chéveres.

Canales de Amsterdam






Honestamente, Amsterdam me pareció la New York europea: muy gritona. Particularmete me gustan las ciudades más acogedoras, donde te sientes bien recibida y no te pierdes los pequeños detalles. Aquí me sentía como una obeja en medio del rebaño y los ciclistas me hicieron recordar a los motorizados en Caracas: ellos son los dueños de la vía.

Caminamos un rato, nos engullimos otro cono de papas fritas con mayonesa -el tercero de la semana y era miércoles- y llegamos hasta la casa de Ana Frank, una niña judía víctima de la persecución nazi que dejó un diario donde narraba todo acerca de sus tres años de asinamiento. Una historia muy conmovedora, les recomiendo visitar su escondite.



Cuando salimos de allí ya era de noche así que comimos cerca del Magna Plaza -un centro comercial grandísimo y súper caro- y luego de vuelta a la estación central oliendo marihuana y recibiendo los pellizos del viento. Muy loca esta ciudad, creo que la doy por conocida.

Al día siguiente salí a trotar nuevamente, esta vez me exigí un poco más y después nos fuimos a comprar los respectivos quesos de regalo. Con pimienta para el #powerbaby,  Gouda para mi papá, con hierbas para los compadres y después del tarjetazo, ya llevabamos 8 kilos en las manos. -Bien bonito, ahora hay que meternos el queso hasta dentro de las botas, fájate ahí pues-.



Claudia, con un dejo de nostalgia, nos abrazó en el aeropuerto agradeciendonos por visitarla -por Dios, gracias a tí chica-. Sentí que no volverían a pasar cuatro años para verla de nuevo. Holanda se despidió de nosotras sin una nube y un sol fluorescente. 



PD: no nos funcionó la estategia de los quesos, cada carry on pesaba 14 kilos y nos los rebotaron en el counter. Tuvimos que mandar uno por carga y montarnos un perolero encima. ¡Qué fail!


Ventanitas florales en Ultrech -de sueño-


Feria de diversión en Amsterdam frente a Madame Tussauds.


Estacionamiento de bicicletas en Amsterdam. Tres veces el Sambil.